Al perro que tiene dineros se le llama señor perro
Por Alejandro C. Manjarrez
Los conocí
cuando pobres.
Eran tipos
amables, sencillos e incluso hasta modestos.
Los vi
crecer en la política y en la administración pública.
Gracias a
esas sus características, los jefes de entonces se fijaron en ellos dándoles la
oportunidad de ascender.
Ya cerca
del poder cambiaron un poco.
A su
amabilidad, sencillez y modestia le agregaron otra digamos que cualidad: la
discreción. Se acostumbraron a ver, a escuchar y a olvidar. Incluso aprendieron
a departir en la intimidad con quien gobernaba su proceder laboral,
“sacrificio” que les permitió conocer la vida secreta de los políticos
encumbrados, unos borrachos, la mayoría corruptos, otros bisexuales y muchos
mujeriegos.
Poco a
poco se construyeron su imagen burocrática, la que con el tiempo les hizo
confiables e incluso indispensables para la jerarquía de su ámbito. Dieron el
estirón. Cambiaron de estatus y ya son millonarios.
Los nuevos ricos
Los
conozco sí, pero también los desconozco. Son los mismos pero se volvieron petulantes,
presumidos y hasta “modelos” de las corbatas Hermès. Parecen los dueños de la
administración pública. Olvidaron que la sociedad les paga y que además los
vigila. De empleados huele pedos pasaron a ser jefes forrados de soberbia y
dinero.
Si alguno
es prudente y no presume el capital que ha obtenido de manera ilícita, sus
mujeres e hijos se encargan de hacerlo con eficacia insultante.
La ropa de
marca es la única que entra en su closet. Los autos de lujo suplieron al
vochito y a la combi. Las prostitutas argentinas, brasileñas y peruanas
desplazaron a las obsequiosas secretarias trepadoras, a las cuales, hay que
decirlo, preñaron con su descendencia o con sus malos recuerdos.
El modesto
departamento fue suplido con una lujosa residencia.
Cambiaron
los hoteles de oferta vacacional por las casas de verano (o de invierno) en la
Riviera Maya, España, Grecia, Francia, Irlanda, Miami o, en el peor de los
casos, Pichilingue Diamante y Las Brisas.
La primera
clase aérea los recibe bien por sus millas acumuladas.
Los hijos
abandonaron la escuela pública para estudiar en las de paga.
La familia
dejó de ir a comprar a las tiendas de conveniencia cautivados por el estilo, si
aún no están en las ligas mayores, del Palacio de Hierro. En fin, les vale
madre que haya baratas nocturnas porque saben que para gastar “su” dinero, es
mejor hacerlo en Nueva York, en París o de
perdis en El Corte Inglés madrileño.
Futuro incierto
Esos
políticos ricos gracias a su visión corruptora, ven a los clasemedieros como pendejos, simplemente porque no son millonarios
como ellos. Y a los millonarios que llegaron a serlo por trabajo o por
herencia, los miran con recelo y envidia porque éstos pueden mostrar sin temor
a la ley lo que los otros no: su riqueza.
Aquellos
que antaño conocí bien pero que hoy desconozco, perciben a los pobres como
seres indefensos a los que hay que animar recetándoles mensajes semánticos
elaborados para mantener viva su esperanza.
La crisis,
¡ah las benditas crisis...!
Claro que
no les afecta. Por el contrario, les han resultado una excelente cortina de
humo para ocultar su falta de previsión o su ineficacia en la administración de
la cosa pública, o incluso sus corruptelas.
En fin,
esos que, insisto, bien conozco, suponen que los pobres nunca dejarán de serlo
porque carecen de inteligencia. ¿De dónde su conjetura? Pues del olor del
dinero que atrofió la parte del cerebro donde se desarrolla la sensibilidad
social.
Muchos de
ellos, y esto es dramático, se sienten invulnerables a la crítica pública, al
escrutinio del pueblo. Creen estar blindados contra el repudio que la sociedad
manifiesta a los políticos, actitud ésta cada día mayor entre los ciudadanos
que acuden a las urnas a votar o se abstienen de hacerlo, según les haya ido en
la feria.
Pronto,
cuando menos lo esperen, la protesta y la denuncia populares caerán sobre los
corruptos porque, como lo dicta la sabiduría del pueblo, el dinero como el amor
y lo tonto se notan a leguas. Más ahora que la gente aprendió a reclamar y
denunciar a quienes menosprecian a la sociedad. Primero en las elecciones y
después a través de la protesta de los ciudadanos que también los vieron cuando
pobres; e igual apreciaron su amabilidad, valoraron su modestia y saben que
muchos de los ahora políticos ricos empezaron desde abajo.
Lo paradójico
es que los eufemísticamente llamados servidores públicos les vale madre la
cosecha de los votos en contra de su partido no obstante ser ésta una de las
manifestaciones de castigo a la corrupción que representan amparados en el
azul, verde, tricolor, amarillo... Simplemente hubo donde los pusieron y ellos
se encargaron del resto sin pensar en que las redes sociales despertarían a los
mexicanos.
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@replicaalex