Por Alejandro C. Manjarrez
La política en México cambió de estatus para convertirse en una empresa con diversas marcas. Como cualquier organización que maneja las franquicias que representan la oportunidad de hacer grandes negocios con el dinero de los clientes, que en este caso es el pueblo. Lo que destaca y llama a la reflexión es el hecho de que casi todos los partidos políticos se unan con la intención de quitar al PRD la oportunidad de tutelar el capital que recibe el Estado mexicano para su administración y buen uso. Y lo extraño o paradójico surge cuando vemos que los directivos de esa llamémosle holding, son controlados por una poderosa y visionaria mujer: Elba Esther Gordillo Morales.
Esta anómala circunstancia que en otras épocas establecería una especie de matriarcado en una nación machista y además corrupta, produjo ya algunas reacciones en contra del fenómeno comercial que atrae la atención del mundo mediático. Y en consecuencia que ha logrado lo que parecía imposible: unir a las izquierdas y a personajes que aún conservan la dignidad que hizo de México un país líder en eso de aportar talento ideológico.
¿Cómo llegamos a este escenario?
Según mi apreciación, todo empezó cuando Cuauhtémoc Cárdenas y sus amigos quisieron democratizar al PRI creando para tal efecto la famosa Corriente Democrática. El grupo rebelde hizo su propuesta a Jorge de la Vega Domínguez, a la sazón presidente nacional del PRI. Y este obsecuente personaje se la trasmitió al entonces presidente Miguel de la Madrid. La respuesta del primer mandatario, reacción acompañada del manoteo vigoroso que permite el máximo poder constitucional, fue tajante e irrebatible: ¡Expúlselos! Y ¡zas! que los expulsan.
Así inició la democratización de la política mexicana: Cárdenas convocó y unió a las corrientes de izquierda (Frente Democrático Nacional) dándole vida al partido que casi lo hace presidente y que después lo convirtió en jefe de Gobierno del Distrito Federal.
En ese casi aparece Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación y por ende presidente de la Comisión Federal Electoral. Es cuando en uso de sus facultades decide callar al sistema de cómputo que había empezado a generar los datos que inicialmente –lo dijo después– favorecían a Cárdenas (DF y Estado de México), tendencia que podría haber confundido a todos. Por ello prefirió esperar a que cada comité electoral del país reuniera las actas, hiciera el conteo respectivo e informase los resultados, en algunos casos inducidos por los gobernadores (esto último lo digo yo). Al final del día, la controvertida victoria electoral hizo presidente a Carlos Salinas de Gortari.
Ante las protestas y algunos hechos sangrientos previos a la elección de marras, mismos que fueron atemperados con la intervención del Jefe Diego (otra paradoja), en esa época líder moral de los panistas, el gobierno de la República decidió ciudadanizar las elecciones de México: así fue como nació el Instituto Federal Electoral (IFE).
Ya como presidente de los mexicanos y las mexicanas (perdón por el pleonasmo), Carlos Salinas metió su mano para que el SNTE se sacudiera del secretario general y líder magisterial, profesor Carlos Jonguitud Barrios (antes, en una muestra de la fuerza del Estado, había desaparecido del plano político a La Quina). Para ello recibió la ayuda de la maestra Elba Esther Gordillo (o al revés), la mujer que era el factótum magisterial y espiritual de Jonguitud. Con esta complicidad, que por cierto rompió la vida interna e idílica que por entonces vivía el SNTE, se formalizó la conducción de una fémina en el sindicato más importante de América Latina.
Dos décadas después de aquellos devaneos o pleitos digamos que civilizados, Manuel Bartlett, Cuauhtémoc Cárdenas, Carlos Salinas y Elba Esther Gordillo siguen vigentes debido a diversas circunstancias. Bartlett por su lucha nacionalista en la que incluyó las aclaraciones a las dudas sobre la “caída del sistema”: su estilo tozudo continúa manifestándose congruente con los principios por los cuales ha peleado con dos presidentes de México. Cuauhtémoc no ha perdido su liderazgo moral y por esa razón su voz conserva la influencia que unió a las izquierdas. Elba Esther insiste en utilizar la fuerza específica de los dos millones de maestros que domina. Y Salinas conserva la autoridad que le permite controlar a los jefes de línea del PRI, ya sea porque son sus ahijados o bien porque de él recibieron los favores que les han permitido continuar cómo socios, cómplices o compañeros del proyecto político que se concibió durante su régimen: el poder generacional.
Tenemos así dos fuerzas políticas en México (no cuento al PAN porque todo lo que es, o fue, se lo debe a Elba Esther). Una de ellas es la izquierda amorosamente unida por un ideal: el nacionalismo. Y la otra representada por la señora Gordillo y su paradigma Carlos Salinas, unión ésta de la que surgen las alianzas: “Yo te pongo al PRI y tú me pones al Panal, fusión que coloreamos con el Verde”. Con un PAN disminuido por la guerra de Calderón y su ánimo de cofrade o cuate de sus cuates, sólo queda la izquierda para enfrentar a la holding que forman las “empresas” de Salinas y Gordillo.
Lo curioso es que serán los ex priistas (a Bartlett seguramente lo expulsarán en cuanto lo postule el PRD y sus aliados) quienes darán la pelea, sobre todo en el Senado donde es probable que el ex gobernador poblano lleve la voz cantante: la política contra las franquicias.
Twitter: @replicaalex