Por Alejandro C. Manjarrez
Mariano Piña Olaya llegó al gobierno con la espada desenvainada. Tenía facturas qué cobrar. Una de ellas: el “fuego amigo” de los priistas empeñados en tumbarle su candidatura a gobernador.
Parte de esa maniobra se basó en el dicho de que el dinero que presumía no era de él sino de uno de sus socios. Su oriundez fue otro argumento: “Es del estado de Guerrero”, dijeron. E incluso alguno de esos detractores aseguró que había sido parte del ayuntamiento de Chilpancingo. En fin.
Piña vio a Raúl Castillo como el operador de esa campaña en su contra. No dijo nada empero se guardó los “agravios”. Una vez al frente del gobierno (pónganme donde hay que yo me encargo del resto), ordenó investigar al jimenista que lo “desprestigió”.
Fiel a sus habilidades de fisgoneo e investigación, Raúl supo a tiempo que su destino estaba marcado porque el nuevo gobernador se la tenía sentenciada. De ahí que se haya cubierto allegándose documentos e información importantes, datos que habrían de protegerlo contra la venganza esperada.
Cuando la pinza estaba a punto de cerrarse, Castillo acudió a Jiménez Morales. Lo puso al tanto de la persecución en su contra. Querían meterlo a la cárcel, dijo, por quién sabe qué cosas. Si Mariano Piña Olaya me hace daño o atenta contra mi familia –soltó a su ex jefe–, daré a la prensa copia certificada de este documento. Y le mostró el cheque millonario que el gobierno poblano entregó a Mariano para cubrir los gastos de su campaña electoral. Así, gracias a ese presentimiento, Raúl dejó de ser candidato a la venganza y en consecuencia conservó su libertad.
Esta breve historia muestra el acuerdo que acostumbraban (y que en algunos casos prevalece) los gobernadores electo y en funciones para hacer más tersa y amigable la entrega-recepción.
La experiencia, modernidad y buen manejo del efectivo indujo a los siguientes gobiernos a cambiar el esquema de apoyos y componendas. De ahí que los relevos de Mariano-Bartlett, Bartlett-Melquiades y Melquiades-Marín, se hicieran encubiertos bajo el manto de la complicidad que surge cuando las cuentas y los números sacuden a quien toma la estafeta. Este estilo que se sustentó en la gobernabilidad, prevaleció hasta que, supuestamente, la alternancia desapareció ese tipo de complicidades.
Los intercambios
Mariano recibió el gobierno de Guillermo Jiménez Morales y nombró como factótum a su hermano Alberto. Bartlett sucedió a Piña y éste la libró gracias al vínculo de ambos: Miguel de la Madrid. Manuel no tuvo problema porque contó con la colaboración de su equipo de expertos en “libros blancos”, además de haber sido relevado por el concertador y amigable Melquiades. Y Morales Flores entregó el poder a una persona ávida de dinero y por ende dispuesta a encubrir primero y después nutrirse de los manejos financieros heterodoxos.
Es obvio que Mario Marín perdió la cobertura que supuso o medio negoció con Moreno Valle, un enemigo cuya seductora sonrisa lo convenció de que le esperaba el paraíso de la impunidad. Sin embargo, se equivocó y, como diría cualquier raterillo, “patas pa´que te quiero”.
Lo anterior me lleva a pronosticar que Marín caerá. La razón: es objeto del deseo producto del proceso electoral que definirá el destino del PAN y el futuro de Felipe Calderón. En ello me baso para decir que el gobierno de Puebla prepara el escándalo mediático que habrá de detonar las denuncias contra Marín y sus hermanos.
Twitter: @replicaalex