Por Alejandro C. Manjarrez
Conozco bien a Rafael Moreno Valle ya que estuve relacionado con alguno de sus proyectos.
Sé que es un hombre de fuerte carácter.
Lo vi actuar manifestándose con la energía –a veces injusta– que suele distinguir a los triunfadores.
Me consta que se comporta como un guerrero dispuesto a conquistar los objetivos basándose en el uso de la inteligencia (la propia y la ajena) y desde luego en el ejercicio y usufructo del poder absoluto.
Como casi todos los poblanos, yo también supe de su deseo y empeño en conquistar la gubernatura de Puebla. Por ello y durante ocho años lo he venido observando con interés periodístico, tanto en su trabajo como en sus acciones públicas.
Estoy al corriente, pues, de las características de él y de sus colaboradores y amigos cercanos, circunstancia que me permite asegurar al lector que hasta ayer éstos eran honestos, leales a la causa morenovallista y además con la capacidad que exige el cargo que se les confirió.
Los tiempos cambian, las personas no
Moreno Valle ganó la gubernatura pero siguió siendo el mismo. Y uso el “pero” porque no ha dejado la actitud del guerrero dispuesto a conquistar sus objetivos, sea como fuere, incluso a costa de su prestigio político. Para él los poblanos también siguieron siendo los mismos; es decir, un grupo al que conquistó para, una vez consolidado su triunfo electoral, tratarlos como vencidos y, por ende, sumisos y subordinados a las decisiones que planeó a un lustro o más de su llegada al cargo que hoy ostenta.
Así, pasado el tiempo, lo que antes de acceder a la titularidad del poder Ejecutivo fueron cualidades, hoy parecen defectos o vicios provocados por la soberbia y el menosprecio que suele atrapar precisamente a los triunfadores.
Insisto: Moreno Valle no ha cambiado su carácter ni tampoco la energía que lo hizo temible o criticable, depende el criterio de sus rivales y antagónicos.
Prevalece su capacidad para seducir a quienes tienen algo que aportar a su causa. Continúa su ánimo guerrero ahora, además, como trasmisor de un germen que sólo contagia a quienes se convirtieron en sus clones en vez de comportarse, valga la figura, como el esclavo aquel que mientras sostenía una corona de laurel sobre la cabeza del triunfante general romano, le decía amable y respetuoso: “Recuerda que eres mortal”
Reitero: es obvio que Rafael Moreno Valle no ha cambiado. El problema, su problema, está en los gobernados que tampoco han cambiado su actitud generacional, modo de ser que lo pone ante una disyuntiva: o se transforma para adoptar las cualidades del estadista, o tendrá que disponerse a enfrentar condiciones que le complicarían la vida, igual como les ocurrió a sus antecesores obligados a dejar el cargo. Es el peligro que acecha a quienes repudian la disidencia, razonada o no.
El convite
Hoy cumple un año. Ojalá que este importante aniversario le sirva para recapitular y recapacitar en las formas que –él lo sabe bien– son el fondo.
Aprovecho este acontecimiento para, a nombre de mis siete lectores, entregarle como presente el texto que le pedí prestado a Rodrigo Borja, académico, investigador, politólogo, enciclopedista y ex presidente de Ecuador, además de autor de la Enciclopedia Política que bien conoce el mandatario poblano:
“Del gobernante se espera no solamente una eficiente administración de los bienes y recursos públicos, sino también el ejercicio de un liderazgo moral fundado sobre un conjunto de virtudes públicas y privadas: energía, inteligencia, bondad, honestidad, serenidad, entereza, solidaridad y valor para hacer frente a las contingencias públicas… Su primera obligación es el interés público. Sus decisiones han de buscar el acierto antes que los aplausos. El espíritu de sacrificio y abnegación debe conjugarse con su fe en las virtudes de su pueblo.”
El pueblo, como bien sabemos todos, además de constituir el poder público, siempre tiene la razón.
Twitter: @replicaalex