Por Alejandro C. Manjarrez
La oscuridad de la noche suele ocultar fechorías, fealdades y horrores que a la luz del día pueden ser motivo de vergüenza. También es propicia para los momentos íntimos donde, entre otras cosas, surge la verdad encerrada debajo del disfraz que disimula lo malo o aquello que desentona con lo bueno. Ocurre en la vida romántica, igual que pasa en los procesos electorales.
Así como en la noche se eliminan los testimonios comprometedores, se puede, por qué no, “embarazar” urnas, modificar votaciones, comprar conciencias, alterar actas, desaparecer sufragios y anular votos. Todo es cuestión de habilidades, experiencia y complicidades.
“Bendito abstencionismo”
Recuerdo a un candidato a senador que no le favorecía la votación, digamos que normal. Él era priista y su adversario una panista. “¿Qué hacemos?”, preguntó acongojado al experto electoral a su servicio y por ende parte de su nómina. “Vámonos a la Sierra Negra, candidato. Allá cambiamos la tendencia”, respondió sonriente el “mapache”.
Y sí que fue una noche de intenso trabajo en las casillas donde las manos cómplices hicieron válidos los votos que no se cruzaron debido a la falta de votantes y, desde luego, a la suplencia de los funcionarios de casilla maiceados precisamente para que se ausentaran.
“Bendito abstencionismo”, dijo el candidato que pudo revertir la victoria que había festinado la panista.
“Bendita pobreza”, secundó el candidato y financiero de la hazaña.
“Con esta luz aunque nos apaguen la vela”, comentó el corruptor a los representantes de partido, los mismos que alteraron las actas.
Otro caso
Llegó una llamada al comité distrital electoral. La respondió el responsable de la elección quien escuchó la orden del importante servidor público: “El gobernador necesita algunos votos para el Ferrocarril (Así le decían al Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional –PFCRN); quiere que en el Congreso local haya un representante de ese partido. Ponte abusado y métele algunos votos para que se le asigne la diputación plurinominal”.
La misma instrucción escucharon los responsables de otros comités distritales. De ahí que, gracias a ese manejo electoral, el poblano se convirtiera en un Congreso plural y democrático, tal y como lo había prometido el gobernador.
La noche del ingenio electoral
¿Qué pasó durante la noche del domingo 1 de julio y la madrugada del 2 cuando casi todos dormían? No sé, pero para varios colegas resultó fea, horrible y, tal vez, productora de la vergüenza que ocasiona el equivocarse al manejar resultados que parecían definitivos. Puede ser, por qué no, que mientras ellos redactaban sus columnas, en algunos distritos operaba algo parecido al chamuco ése que se mete en las redacciones. Esto porque la elección dio la vuelta y el que estaba abajo terminó arriba y el de arriba acabó en el sótano. Como diría un experto en estas lides: lo que ocurrió fue en la íntima intimidad donde se procrea el monstruo electoral de la noche negra.
Lo que haya acontecido, respetado lector, quedará envuelto en las tinieblas u oculto debajo del disfraz de la democracia. La razón: los únicos testigos son los feos que entre ellos se conocen y, a veces, unos a otros se admiran y hasta presumen de su fealdad. Valga entonces la paráfrasis del cuento de Mario Benedetti (La noche de los feos) para tratar de retratarlos: ellos se miran con ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentan su infortunio, el odio implacable disfrazado del placer, contradicciones propias de quienes sufren por sus propias habilidades electoreras.
¡Ay, voto rural! Cuántas travesuras se cometen en tu nombre.
Twitter: @replicaalex