Por Alejandro C. Manjarrez
En Puebla pasa todo. Es como una especie de crisol donde se mezclan el bien y el mal que existe en la política. Por eso algunos pobres que entraron a la cosa pública se volvieron ricos, condición ésta que les permitió "seguir en el ajo" e incluso, cuando la lumbre les llegó a los aparejos, con un pellizco a su riqueza, compraron lo que se conoce como impunidad, que no es otra cosa que una conveniente asociación entre el capital y el poder. “Si tú me cubres, yo te protejo”.
Si pensáramos con el optimismo que raya en la tontería, entonces tendríamos que suponer que también hay políticos cuya capacidad de ahorro es única, extraordinaria y hasta digna de figurar en los anales del mundo financiero. Esto porque desde pequeños deben haber empezado a ahorrar sus domingos invirtiéndolos a plazo fijo con rendimientos acumulados, capital e intereses que ya en la vida adulta incrementaron con sus salarios de servidor público, previsión que les permitió ser una especie de concubinos de la diosa fortuna. Ah, y sin gastar un sólo peso en su propio mantenimiento.
Pero si por el contrario analizamos tales riquezas con ánimo realista, sin vendas en los ojos pues, concluiremos que los políticos ricos que antes fueron pobres, lograron el éxito económico precisamente porque se corrompieron. Bueno, puede ser que alguno de ellos, al que por cierto no conozco, se haya sacado el Melate o recibido una inesperada herencia de algún familiar de sus parientes lejanos que vivieron allá en Tombuctú.
Me olvido de los Jiménez, García, López, Ruiz, Ramírez y demás apellidos que hicieron real lo que parecía un sueño guajiro, ya que su vida fue tan pobre como la del ejidatario marginado, o la de la vendedora de tamales, o la del taxista lleno de hijos, o la del obrero prolífico y explotado, o la de la familia de la lavandera de ropa ajena o, en el mejor de los casos, del sufrido burócrata padre de una prole numerosa. Y traigo a colación la suerte que rodeó a los últimos doce gobernadores, cuatro de los cuales nacieron, crecieron y se educaron en Puebla; a saber: Alfredo Toxqui Fernández de Lara, Gonzalo Bautista O’Farril, Melquiades Morales Flores y Mario Marín Torres, este último mejor conocido como el Precioso. Con la excepción de Toxqui, los tres restantes dejaron el gobierno estatal con el futuro de su familia (tres generaciones cuando menos) totalmente resuelto. El ejemplo más ostentoso es sin duda el de Marín.
El resto, o sea ocho gobernadores, pasando por los ya mencionados en el párrafo anterior, más Nava Castillo, Merino Fernández, Morales Blúmenkron, Jiménez Morales, Piña Olaya y Manuel Bartlett, vivieron la mayor parte de su existencia lejos de la tierra que gobernaron, ya sea porque siguieron la carrera de las armas, o bien porque estudiaron en universidades del extranjero o se formaron en la administración pública federal e incluso en la política nacional. Son los poblanos que abandonaron su terruño siendo niños o jóvenes para pasado el tiempo regresar como triunfadores, la mayoría de ellos sin la fortuna con la que concluyeron su mandato. Ninguno de los doce, que conste, fueron niños ahorradores.
La otra vertiente de políticos millonarios está constituida por quienes formaron parte del equipo de su gobernador, el jefe que los “salpicó” o que los hizo cómplices, socios o testaferros. Esta lista, obvio, es mucho más larga.
Los números no mienten
Hagamos, pues, un cálculo de los primeros diez años de vida productiva del político que a usted se le ocurra, el que supuestamente promedió 500 mil pesos de ingresos anuales.
Si a esa cantidad le restamos gastos familiares, vacaciones, colegiaturas, renta y demás egresos, quedaría el 20 por ciento, o sea 100 mil pesos. Esto siempre y cuando el tipo no se hubiese comprado ropa ni auto ni tuviera vicios u otro hogar que mantener. Así, en diez años lograría ahorrar un millón de pesos. Para los siguientes cinco años duplíquele ingresos, gastos, ahorro y la suma sería de tres millones de pesos de capital. Si hacemos lo mismo con el siguiente lustro, nuestro hombre ejemplar acumularía alrededor de siete millones de pesos, dinero que invertido en perjuicio de la buena vida, le hubiese permitido ser un político sui géneris, dueño de un capital aproximado de diez millones de pesos. Y conste que no compró casa y menos aun el auto lujoso anhelo de quienes ostentan un cargo público importante.
Ahora bien, si el lector conoce alguno de estos garbanzos de a libra, compárelo con los políticos mencionados y verá qué injusta es la vida. A Marín se le calcula una fortuna de entre quinientos mil y mil millones de dólares, cantidad que posiblemente podrían igualar dos o tres del resto de sus pares, siempre y cuando, claro, juntaran su riqueza inmobiliaria, accionaria y las inversiones bursátiles de cada uno de ellos.
Por eso, respetado lector, la política y los políticos están tan desprestigiados.
Twitter: @replicaalex