Por Alejandro C. Manjarrez
El PRI poblano tiene el síndrome del elefante de circo que de pequeño le ataron una pata en un palo previamente enterrado en el suelo. Creció y adquirió una fuerza descomunal; sin embargo, aún no se ha dado cuenta o se le olvidó que el madero sólo es una trampa sicológica. Por ello sigue atado e incluso temeroso de que el domador en turno lo castigue y le retire agua y comida.
La alegoría no pretende poner a ese partido al nivel del animal. No, de ninguna manera. Sólo es una comparación en este caso necesaria para tratar de explicarnos lo que sucede a ese instituto cuya estructura o cuerpo está conformada por dirigentes que unidos han formado la mole amarrada al palito. Y lo peor: un ente siempre está presto a salir a la pista vestido de rojo para mostrarnos sus habilidades, digamos que histriónicas.
Así que sigo con el símil.
Su trompa impresiona pero no emite palabras que convenzan; vaya ni siquiera música (y aquí va otra metáfora) como la que produjo la flauta de Hamelin, sonido que, de existir, debería atraer a las ratas para conducirlas a donde deben estar.
Sus grandes colmillos amedrentan sí, pero a la vez confunden ya que en lugar de usarlos en aquello que sirve, los utilizan para rozar con cariño al domador de otros circos (nótese el plural).
Y qué decir de las orejotas. Casi nada: sólo que no obstante su tamaño ya no escucha las protestas, ni las peticiones y menos aun las demandas de sus militantes.
La piel, ah su piel. Es tan gruesa que disimula o no siente los golpes, además de tolerar el calor que producen las críticas incendiarias.
Las patotas que antes le daban equilibrio y lo hacían respetable, temible, avasallador, hoy lo delatan y mantienen expuesto al contentillo del domador.
Bueno, ahora pongámosle nombre o cargo a las imágenes:
La tranca en materia es el sometimiento a la tradición de la línea del poder. La estructura no se mueve sin el visto bueno del gobernador (aunque ya no sea priista). Siguen emocionalmente atados a ese palo cuyos antecedentes forman la siguiente paradoja: el que se zafó, hoy es un político libre que entiende cómo domesticar a quienes antes fueron sus compañeros de carpa.
El encargado del elefante es el Presidente del Comité Directivo Estatal. Intuyo que a este caballero nunca le dijeron cómo quitar a su partido el lastre del sometimiento al poder. Si acaso fue enterado o por ahí escuchó algo, es obvio que el nuevo domador revisó sus antecedentes encontrándole alguna falla; error que ha hecho las veces de collar de castigo. Por ello, creo, está impedido para actuar con libertad y, por ende, manejar al PRI con la eficiencia y autonomía que debería tener ésta que es la organización opositora más influyente del país.
Además, para descargo del ambiguo líder, debo decir que existen dos que tres viejos miembros de ese circo –uno ex trapecista, otro ex payaso y uno más ex administrador–. Y que para pasar desapercibidos, el primero de esos personajes dejó la cuerda floja, el segundo se cambió el colorido maquillaje pintándose con tonos azulinos, y el tercero ayuda o trabaja (bajo la mesa, claro) con el nuevo domador. Como bien conocen las entrañas de la bestia, este interesante trío (¿o ya serán cuatro?) se ha encargado de intermediar con el jefe de jefes –antes subordinado– quien ordena, dicta, autoriza, recomienda o palomea los nombres de los que habrán de formar parte del escenario nacional, o sea del gran circo de tres pistas.
Ante estas circunstancias no tiene porqué resultarnos extraño que varios de los candidatos a diputado federal sean los priistas que se han plegado o que incluso sirven a quien tendrían que vigilar y, dado el caso, impugnar en sus decisiones, iniciativas o actos de gobierno.
A partir de estos antecedentes le puedo asegurar que los próximos legisladores no serán dignos del cargo. A menos de que ocurra la rebelión que ha venido gestándose entre los priistas que aún sirven a su partido, no así al nuevo domador.
Twitter: @replicaalex