domingo, 19 de febrero de 2012

Las argollas de Moreno Valle


Por Alejandro C. Manjarrez
El PRI poblano ingresó a un periodo de crisis de todo, incluido de talento y dignidad. No es una opinión del columnista. No. Así lo han determinado militantes de prestigio y carrera pública, unos en voz baja y otros con la estridencia que produce la denuncia abierta. En este último caso está Marcela Jiménez Avendaño, cuya carta al senador Pedro Joaquín Codwell, presidente del CEN, es una pieza de colección que debería guardarse en la cápsula del tiempo que organiza el comité para los festejos de los 150 años de la Batalla de Puebla. Transcribo dos párrafos:
Por desgracia, el alejamiento de la dirigencia estatal de nuestro partido hacen inminente que las fuerzas que propugnan por el nacionalismo y la justicia social caminen en Puebla a una derrota ante el desprestigio y repudio de los ciudadanos y de la militancia priista a las viejas y anquilosadas formas de hacer política, sustentando toda su expectativa de éxito únicamente en la popularidad merecida del licenciado Enrique Peña Nieto.
Somos muchos los priistas de origen que estamos siendo reconocidos y llamados por otros partidos políticos en función de nuestra trayectoria honesta y de servicio social, para participar en una discusión más amplia y construir candidaturas con un contenido ciudadano y con una agenda práctica y eficaz a favor de Puebla.”
La misiva de marras anuncia la postulación de Marcela por parte del Partido Nueva Alianza. Y, según percibo, el documento tendría que sacudir a los priistas chambones unos y baldados otros, ambos bandos empeñados en inclinar la cerviz ante el poder que representa Rafael Moreno Valle, el gobernante de amplios y efectivos tentáculos. Así es, el mismo que también controla al partido que preside Gerardo Islas Maldonado. Y he escrito el “tendría que sacudir” con las reservas del caso debido a que no estoy seguro si en la “clase política priista” aún existe eso que se llama vergüenza y respeto a la herencia ideológica que protestaron respetar y promover, duda que obliga a preguntar:
¿Qué podrá hacer el otrora rebelde y punzante Fernando Morales Martínez, hoy beneficiario de las amistades y componendas de su padre, el senador Melquiades Morales? ¿Cuál será la misión de Blanca Alcalá y su patiño Juan Carlos Lastiri? ¿Qué cuentas entregará el PRI poblano a la dirigencia nacional y, sobre todo, al candidato Enrique Peña Nieto? ¿Hasta dónde llegarán las presiones judiciales que el gobierno puso en práctica para mediatizar a varios priistas dizque con capacidad de convocatoria?
Trato de responder:
Como lo hizo su señor padre, Fernando se dedicará a sembrar para el futuro a pesar de que los tiempos y las condiciones ya no sean iguales a las de antaño, cuando su arrebatada juventud le obligó a protestar contra lo que hoy avala. Intuyo que pesa sobre él, el enorme compromiso familiar adquirido desde que Melquiades recibió del a la sazón gobernador y general –abuelo del hoy mandatario–, el espaldarazo para ser diputado y coordinador de la Legislatura local; sin embargo, no obstante su indocilidad e inteligencia naturales, todo indica que para Fernando puede más su personalísimo proyecto que el prestigio de su partido, el PRI.
Blanca Alcalá seguirá siendo la misma: sumisa, cuidadosa, barroca, abyecta, resbalosa (como los peces), demagoga y dispersa. Lastiri le restará votos (como le ocurrió a Melquiades con Mario Montero). Y ambos caminarán sobre terrenos resbaladizos y enlodados gracias a las observaciones y denuncias que penden sobre sus cabezas. Buscarán desde el visto bueno hasta la simpatía y agradecimiento del señor de Los Fuertes, a quien seguramente ya ven con la Banda Presidencial cruzada en el pecho.
Podría repetirse el fenómeno anti PRI que se manifestó en el proceso electoral que perdió Javier López Zavala. Esto porque los priistas se sienten engañados o burlados, tal y como lo manifiesta Marcela Jiménez en la carta que da aviso de su postulación por el Panal y a la vez expone su protesta por las actitudes de la dirigencia estatal priista. Lo paradójico de este escenario está en la función de Zavala, trabajo que, cual ave Fénix (siempre y cuando tenga éxito, que conste), le permitiría renacer de sus cenizas: éste y no Fernando será el que entregue a Peña Nieto las buenas o malas cuentas electorales.
Como ya lo dije, en este pequeño universo predomina el control y poder político de Rafael Moreno Valle: decidirá el futuro del PRI, circunstancia que depende de la mansedumbre que le muestren los priistas en contienda, varios de ellos apergollados por el gobernador.
Twitter: @replicaalex