Por Alejandro C. Manjarrez
Los crímenes de periodistas ya forman parte de ese apartado que la ley define como delitos de odio. Su frecuencia, la forma de perpetrarlos y la impunidad que gozan los homicidas, son algunas de las pruebas –por cierto irrefutables– de que la animadversión contra el gremio es parte del estilo de los políticos omisos, corruptos, arbitrarios, abusivos, mesiánicos, narcisistas y ególatras. La lista es larga.
Las principales armas del poder político contra los periodistas –me refiero a las incruentas– son, en este orden, la ley del hielo, el fisco, la calumnia, la amenaza de la demanda por daño moral, y el uso de amanuenses cuya pluma suele utilizarse para denostar periodistas. Es la constante.
Y aquí cabe recordar la experiencia que nos regaló el escritor español Arcadi Espada, criterio que define lo que podría ser el ideal de los gobernantes refractarios a la crítica por superficial que ésta sea. Dijo Arcadi en una de sus conferencias: “El periodismo nació de la sociedad para controlar al poder. Y ahora el poder maneja al periodismo para controlar a la sociedad”.
Precisamente, por suponer que este oficio debe manejarse o controlarse desde las oficinas públicas, sin darse cuenta –creo– los políticos se manifiestan como un globo insuflado a base de los elogios de sus subordinados. Y por ello sufren y se indignan al grado de la locura cuando alguna crítica (periodística, obvio) hace las veces del alfiler que lo pincha y lo desinfla y lo exhibe como en realidad es. Entonces ocurre la persecución contra el periodista, cacería que puede ser sofisticada o tan burda que muestra las armas descritas en el segundo párrafo, tal y como hace años le ocurrió al decano de la prensa poblana, don Manuel Sánchez Pontón.
Lo anterior no es ningún secreto y menos aún privativo de Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, Guerrero o Veracruz, por citar nuestro entorno y vecindario. El periodismo de cada entidad tiene sus propios problemas, algunos parecidos y otros, como en el caso del jarocho, con la presencia ofensiva del odio criminal hacia el gremio.
(A través de los medios nos enteramos que este fin de semana se perpetró el crimen de Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en Xalapa, capital del vecino estado. ¿Quién fue el autor intelectual? Ojalá se sepa pronto para que no se fortaleca la impunidad, “beneficio” de los asesinos de periodistas.)
Bueno, pues el caso es que por acá en la tierra de Zaragoza, hemos visto algunas manifestaciones que preocupan, no porque nos afecten o nos quiten el sueño, sino porque de no frenarse podrían propiciar el efecto “resonancia” que el colega Jesús Manuel Hernández comentó en su columna dominguera, misma que no se publicó en el periódico Milenio, pero que, gracias a la Internet, la leímos y disfrutamos. Van unas líneas:
“La última parte de la magna obra inolvidable del morenovallismo fue la discusión en el cuarto más secreto de Casa Puebla, sobre la posibilidad de tener que enfrentar a la resonancia. ¿Y eso qué es, dónde está, cómo puede la resonancia impedir el evento inolvidable? Las dudas asaltaron a técnicos, doctos, harvarianos, proyectistas y constructores del viaducto elevado Zaragoza, pues alguien se atrevió a preguntar si ya se habían calculado los efectos de la ‘resonancia’ que podría provocar la marcha de los soldados y escolares sobre la estructura aún no probada.
“… empezó a trascender y realmente a preocupar si la resonancia podría ser un peligro. Y entonces se aportaron datos como el del puente que cayó ante el paso de las tropas francesas en 1850, que al marcar el paso… provocaron su caída. El asunto tiene explicaciones físicas comprobables, el efecto de la resonancia es totalmente cierto, pero se necesitan algunas condiciones, la más importante es que la frecuencia, el ritmo de la marcha, sea un submúltiplo de la frecuencia que tiene relación directa con la longitud entre los apoyos del área sobre la que se marcha; y otra más: que tenga la suficiente energía para hacerlo vibrar… es difícil pero no imposible. Por las dudas –dijeron los organizadores del desfile– mejor que no marchen, nomás que caminen y sin hacer ruido…”
Retomo lo de la resonancia para aplicarla a lo que ocurre con el periodismo poblano: la frecuencia, el ritmo de la crítica podría convertirse en el submúltiplo cuya energía haga vibrar al gobernante, como ocurrió con otros mandatarios que menospreciaron el trabajo periodístico, su abuelo uno de ellos.
Pero no se asuste, respetado lector: Rafael Moreno Valle es un hombre inteligente y, supongo, ya habrá sentido las vibraciones que produce la crítica constante (la de los colegas), misma que, esperemos, no provoque lo enunciado líneas arriba, señalamientos que adquieren vigor cuando los elogios desmedidos atentan contra la inteligencia de la sociedad y trastocan los códigos de ética periodística.
Twitter: @replicaalex