Fotografía Nosotras Magazine: Garage Photo Studio
Por Alejandro C. Manjarrez
Fernando Manzanilla Prieto, secretario general de Gobierno, seguramente sabe que el fomentar la lectura no es una moda política sino una necesidad del Estado mexicano. Por eso los fines de semana los aprovecha para animar a leer a los poblanos que habitan en las juntas auxiliares de la capital. Si le preguntásemos si eso obedece a su precampaña para obtener la candidatura a la presidencia municipal, tal vez nos daría a entender que no pero que sí porque las dos acciones van junto con pegado. Como buen estratega no se descartaría.
Dejemos el lado político y veamos la importancia de esa acción cultural que también debería formar parte de los planes de la Secretaría de Educación Pública del Gobierno de Puebla. Y centrémonos en lo más destacado sobre el tema “lectura de libros”.
Es sabido que el promedio de lectura apenas y llega a un libro y medio por año. Lo peor es que, con honrosas excepciones –que siempre las hay–, los gobernantes también forman parte de esa vergonzosa estadística. Y conste que ellos lo han confesado cuando alguien les hizo la pregunta: la mayoría dijo que son tres los libros de su preferencia (y por ende los leídos). Y un alto porcentaje de esa misma mayoría mencionó como su preferido a El arte de la guerra, de Sun Tzu. Es obvio que muchos políticos no saben (y creo que no les importa) que la literatura podría hacerlos más humanos, como lo dice Jorge Volpi. En fin.
Ignoro si Manzanilla haya leído alguna de las principales obras de Charles Dickens, por citar a uno de los autores-lectores más destacados (Papeles póstumos del club Pickwick, Oliver Twist, Cuentos de Navidad, Tiempos difíciles, Historia de dos ciudades, Grandes esperanzas y El amigo común). De lo que estoy seguro es que conoce la fama del inglés derivada de su gusto a leer en público sus propias obras, textos que ensayaba para corregir desde la entonación hasta el movimiento de manos y rostro a fin de dar vida a los personajes del libro que compartía. Incluso, al final de su vida –según cuentan sus biógrafos–, Dickens se empeñó en seguir con esas lecturas en público, no obstante los males que lo mantenían medio paralizado.
(Por cierto, sobre este escritor hay una novela recomendable: El último Dickens, de Matthew Pearl.)
Así que bienvenida la sana costumbre de las lecturas comunitarias que ayudarán a combatir la ignorancia que producen otras alternativas de distracción o pasatiempo, como la televisión y sus abundantes programas anti culturales. Empero, lo conveniente sería que a esta, llamémosle cruzada, se adicionaran los ayuntamientos de Puebla y las demás dependencias del gobierno estatal. O que cada semana el propio Fernando Manzanilla invitara a dos que tres de sus pares con el fin de que aprendan a leer leyendo para después, si la natura se los permite, seguir el ejemplo del coordinador del Gabinete. Quizá en diez años podríamos competir con España y China en número de niños lectores, infantes que pasado el tiempo serían los encargados de culturizar al resto de los ciudadanos, aspiración que seguramente impediría la presencia de las Elba Esther y los Deschamps, por citar a dos de los líderes sindicales más satanizados.
Concluyo, pues, con algunas de las recomendaciones (editadas, obvio) que aparecen en textos publicados por especialistas en el tema:
Como los niños imitan a sus padres, habría que convencer a éstos para que sientan la necesidad de crear un ambiente lector en casa, acción que fomentaría la unidad familiar y al amor a los libros.
Que los maestros lean a sus alumnos y hagan que éstos lean pasajes literarios que puedan compartir con sus progenitores. Para ello se requiere de un esquema que convierta la actividad en un acto placentero y compartible.
Que padres, hijos y maestros jueguen con las lecturas para que entre padres, hijos y maestros se despierte o incremente el interés por los libros, en especial los impresos.
Inducir a padres e hijos a formar sus propias bibliotecas trasmitiéndoles el lado lúdico de coleccionar libros ordenándolos para acceder a ellos con facilidad, curiosidad e interés. Aquí cabe el programa “dona un libro” propuesto por Manzanilla.
Hacer excursiones por las librerías, paseos sustentados en programas de investigación que ayuden a la familia a descubrir nuevos títulos y a sus autores.
Crear clubes de lectores infantiles con estatutos, credenciales y demás parafernalia.
Y lo más importante: alejar a los niños de la televisión aunque esto afecte la promoción de imagen del gobernador. Total, la mayoría de ellos no votará en el 2018.
Twitter: @replicaalex