Por
Alejandro C. Manjarrez
Si
existen las redes sociales que han regenerado la memoria histórica, cabe
preguntar: ¿por qué algunos políticos siguen siendo timoratos, churriguerescos,
barrocos y dalevuelta?
Otra
pregunta: si el PRI tiene la oportunidad de recuperar la confianza de la
sociedad, ¿por qué sus dirigentes conservan el estilo aquel que los llevó a
perder la confianza del pueblo y por ende la Presidencia de la República?
Debe
haber muchas respuestas, unas sencillas y otras tan sofisticadas que podrían
formar parte de los textos de sesudos politólogos. Sin embargo, para el que
esto escribe, la única razón de esa tozuda persistencia, se debe a que los
políticos (la mayoría) han perdido su capacidad de aprendizaje y también de
lectura. Y lo peor: algunos son jóvenes con actitudes de viejo, o viejos
asustados ante la dinámica social de los nuevos tiempos. De cualquier manera unos
y otros están rebasados por la generación actual que, en el mejor de los casos,
suele verlos con desprecio o, si son esos políticos clones del pasado reciente,
con la indignación que provoca el insulto a la inteligencia, la de la opinión
pública.
Lo
que usted acaba de leer se me ocurrió después de revisar la entrevista que
Álvaro Ramírez Velasco (e-consulta) le hizo a Pablo Fernández del Campo,
dirigente estatal de PRI poblano. Transcribo algo que avala lo que digo líneas
arriba:
La
pregunta del reportero fue la siguiente:
“Desde su perspectiva, Mario Marín, como muchos otros
cuadros, integra el capital del PRI…”.
Y Pablo respondió como antaño lo hacían los políticos en cuyo
léxico se concentraba la demagogia, la retórica sin compromiso, lo timorato, el
pánico a las jerarquías, la vergonzosa disciplina, la absurda institucionalidad,
la gratitud perruna y el discurso parroquial:
“Es un ex gobernador que su legado está y que él, como
muchos ex gobernadores que siguen siendo priístas y como muchos cuadros
distinguidos y como muchos ex diputados locales y federales que han dado las
batallas, que han entregado cuentas, pues eso es el capital del PRI, y eso es
lo que me parece que, junto con Enrique Peña Nieto, vamos a estar…”
“¡Joder!”,
diría un baturro ofendido por semejante galimatías.
“¡Carajo!”,
espetaría cualquiera de los priistas que se entusiasmó con el cambio que
auguraba el deslinde del poder variopinto que ejerce Rafael Moreno Valle Rosas.
“¡Ya
ni la chinga!”, estarán pensando aquellos que confiaron en que el relevo sería
para que el PRI mejorara.
“¡Aplauso!”,
gritarán los panistas y los tránsfugas del priismo, los primeros porque aún
persisten los argumentos electorales para combatir al PRI, y los segundos
complacidos porque para ellos su ex partido ya no tiene remedio.
Bueno,
para acallar la altisonante especulación del columnista, a quien no le cabe la
menor duda, el más feliz con el nuevo dirigente estatal del tricolor, se llama Mario
Plutarco Marín Torres. Sí, el góber que descuidó los flancos y la retaguardia
por andar viendo pa´delante, hacia el futuro (el suyo); el mandatario que
entregó la plaza para negociar su tranquilidad y la de su familia; el priista
que —dicen
los auditores que callan porque hay órdenes de muy arriba— se llevó hasta el
mecate.
Con
el entusiasmo que le distingue, después de enterarse de las lisonjas del
dirigente de su partido en Puebla, este “cuadro distinguido” seguramente habrá
dicho en tono de festejo: “¡Ese es mi Pablito, chingao!”
¿Qué
dirá el staff político de Enrique
Peña Nieto cuyo interés es legitimar al nuevo presidente y con él al PRI con
todo y su parafernalia?
Vuelvo
a especular e imagino la respuesta consensuada de los hombres del Presidente:
¿Nos
habremos equivocado?
Vaya
bronca en la que se metió Pablo Fernández del Campo, asiduo lector de sus
propios argumentos…
acmanjarrez@hotmail.com
Twitter: @replicaalex