Cualquier parecido con políticos en funciones es mera casualidad o poderosa imaginación
Por
Alejandro C. Manjarrez
Ahí,
detrás de las rejas de la jaula, estaban calmos y echados cuatro gorilas, tres
hembras y un macho. Ocho ojos nos miraron con la misma curiosidad con que
nosotros vimos a ese grupo de simios. De repente el macho empezó a moverse
colgándose de los tubos de acero que lo separaban del mundo de los humanos.
Atraídos por la agilidad de aquel mono, nos acercamos para disfrutar el
espectáculo: la atractiva y enorme bestia parecía halagado por la presencia de,
según la teoría de Darwin, sus parientes racionales.
Tres
minutos después de observar las machicuepas
del orangután, cuando éste nos tuvo a su alcance, abrió sus enormes manos al
tiempo que las metía al agua del bebedero para aventar el líquido con la
intención de empaparnos. Nuestras risas y carrera se confundieron con los
gritos y brincos de los cuatro gorilas que a su manera festejaban el haberse
burlado de los seres que se les parecen, aunque para ellos seamos un poco más
feos.
Aquella
sorpresiva experiencia nos igualó a monos y humanos, ya que por un momento las
dos especies estuvimos unidos por la sensación de alegría, efecto producido
gracias a la broma (o venganza) del animal cuya poligamia, curiosamente, fue
imitada e incluso adoptada por José Smith, fundador de la religión mormona,
perseguida primero y después aceptada e incluso imitada. El gringo Mitt Romney
es la prueba política de que el mormonismo superó los malos tiempos.
Los políticos y sus espejos
Lo
que me ocurrió ese día en el Zoológico de Chapultepec de la Ciudad de México,
sucede con frecuencia entre nuestra especie que también tiene sus clases y por
ende sus ejemplares distintos. Diría Giacomo Rizzolatti —científico de la Universidad de Parma, Italia— que semejante reacción se debe a que las neuronas espejo nos inducen a reconocer los actos ajenos como
propios. O para trasladar la definición científica a lo cotidiano, diremos que
se produce lo que se denomina empatía,
o sea el “sentimiento de
participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”.
Jorge
Volpi define el fenómeno de la siguiente manera (1)
“La
imitación, mecanismo esencial para nuestra supervivencia, se halla en la base
de ese extraño comportamiento, tantas veces vilipendiado o menospreciado, que
conocemos como empatía. Me meto en tu
pellejo para averiguar si eres mi amigo o enemigo, si me tenderás la mano o me
clavarás un cuchillo en la espalda y, al hacerlo, te conozco mejor —y de paso me conozco mejor a mí
mismo—. El
inmenso poder de la ficción deriva de la actividad misma de las neuronas espejo
—y de
ellas se desprende una idea todavía más amplia y generosa, la humanidad.”
No sé si
los políticos son los changos de la alegoría que mencioné y baso en la
experiencia con que inicio este comentario, o si nosotros los miramos a través
de los barrotes que ellos nos han colocado. De ahí que sea necesario
preguntarnos:
¿Los
políticos nos imitan?
¿Nosotros
los sufridos ciudadanos comunes los imitamos?
¿Acaso
es algo natural el sentimiento de
participación que apunta Rizzonatti?
Sea lo que fuere es obvio que quienes gobiernan han
establecido su hegemonía, digamos que sicológica-represiva. Tienen el poder y lo ejercen a su libre
albedrío valiéndose del control que, por ejemplo, les permite dominar a los
diputados (la mayoría) cuyas células
espejo suelen ser mucho más fieles que las de nosotros, los sufridos
ciudadanos. Pero también resulta irrefutable que los gobernados tenemos un
mecanismo de defensa para proteger nuestra vida y la dignidad de cualquier
atentado, incluido el que va en contra de la inteligencia. Sabemos cuándo las
acciones engendradas por la clase política, responden a la necesidad de diferenciarse
de la manada. Lo paradójico es que
tal hato permitió o los condujo para
que llegaran al lugar que ocupan.
La ventaja está en el número ya que somos más los
gobernados. Por ello solemos darnos el lujo de observar cómo abren sus enormes
y poderosas manos para meterlas al bebedero y lanzar su contenido sobre quienes
los observan. Nuestra primera reacción puede ser de risa y gritos que cruzan
los barrotes, en este caso los imaginarios. Pero como todo abuso, a la larga la
reincidencia llega a causar rechazo.
Hasta ese momento todo sería paz, concordia y —repito el término— empatía. Lo malo aparece cuando esos gorilas (dicho sea como parte de la
metáfora, sin ánimo peyorativo) se exceden e insisten en sorprender a quienes
los observamos como si fuesen una especie distinta a nosotros, sus víctimas,
descendientes jerárquicos u objetos electorales. Es cuando la puerca tuerce el
rabo y la interrelación cordial adquiere otro acento: si tú eres cabrón
nosotros también lo seremos. Existen decenas de ejemplos.
Nota al margen: anoche soñé que eramos gobernados por un chango.
*De mi libro La
Puebla variopinta
Twitter: @replicaalex
(1) Volpi,
Jorge. Leer la mente, el cerebro y el arte de la ficción. Ed.
Alfaguara, 2011