Por
Alejandro C. Manjarrez
Además
de la debacle que afectó la estructura tradicional, lo ocurrido en el PAN también
podría acabar con el proyecto político de Eduardo
Rivera Pérez, presidente municipal de la capital poblana. Vea usted por qué:
-Josefina Vázquez Mota
—amiguísima del susodicho— perdió
la elección presidencial y de paso su influencia y capacidad de gestión dentro
de la estructura de poder.
-Su partido cayó al tercer lugar
nacional.
-Gustavo Madero
hizo todo lo que pudo (tal vez sin querer) para afectar el prestigio político
de Acción Nacional. La gota que derramó el vaso fue la terrible pérdida o huida de militantes.
-A
lo anterior adicione el lector que el PRI
de Enrique Peña Nieto definió al municipio de Puebla, como una de sus prioridades
electorales porque —como lo dije en la
columna pasada— es la “joya de la corona” que deberá adornar la
testa presidencial.
A
esa negrura que gravita sobre munícipe angelopolitano, habría que agregar lo
siguiente:
-Muchos
de los fans, impulsores unos o amigos políticos otros de Eduardo, dejaron de
ser panistas e incluso hasta servidores públicos. De ahí que el futuro inmediato
del alcalde dependa —ahora sí—
de Rafael Moreno Valle, el dueño del
ajedrez político variopinto y —por si fuera poco tal fuerza burocrática— su
principal y más poderoso detractor.
Como
podría decir Paco Fraile en alguno de sus momentos de contraste anímico: Lalo anda mal y de malas.
Es obvio que nadie querrá meterse
en las chanclas de Lalo (alusión ésta en honor a la
beatitud del sacerdote aquel conocido como el “Chanclas de Oro”). Igual lógica
tiene el hecho de que pocos (por no decir nadie) estarán dispuestos a conservar
“puesta la camiseta” (o suéter) color púrpura,
prenda que acostumbra usar Rivera Pérez. (La tonalidad simboliza la penitencia
y el duelo; asimismo es el matiz que se usa durante la Semana Santa, los domingos
de Cuaresma y en los cuatro domingos de Adviento). Pero lo peor del contexto político
en cuestión, es que además existe la posibilidad
de que abandonen a Eduardo aquellos que hace dos años lo vieron como seguro
sucesor de Moreno Valle, proyecto político concebido al día siguiente de la victoria
electoral municipal, todos ellos —hay que decirlo— miembros del coro emisor del
famoso canto de las sirenas, voces que reverberaban
entre los muros del Palacio Municipal.
Está cabrón el panorama,
digo yo.
Sostengo
la palabreja anterior y además la enfatizo, porque ante la coincidencia de
factores que propician el mal augurio que el columnista define con el vocablo
altisonante, el alcalde deberá olvidar el
futurismo para no distraerse; es decir, tiene que poner sus cinco sentidos
en el trabajo municipal. Y aparte de todo ello morderse lo que al lector se le
ocurra para —sin hacer gestos feos— sonreír y solicitar el apoyo del
gobernador de Puebla.
Adicione
al panorama que pergeño, los negros nubarrones que lo harían más denso si el
PRI tuviere la mayoría en la próxima legislatura local, circunstancia que complicaría
la vida del munícipe afecto al color púrpura. Ahora bien, si acaso llegase a
funcionar la alianza que seguramente impulsará el mandatario del estado de
Puebla, con el fin de obtener y controlar esa mayoría, el efecto sería prácticamente el mismo.
La
verdad está difícil ponerse en las chanclas
de Eduardo Rivera. Sin embargo, aquel que se anime tendría que hacerlo como
si el acto equivaliese a una aventura de política extrema o de sacrificio cuasi
religioso avalado por el Yunque. Vea usted las razones:
Acabar con la corrupción
en las diferentes corporaciones y niveles; aplicarse a construir (sin diezmos
claro) la obra pública que lo convierta en un referente político; no competir con el gobierno estatal;
dejar de viajar dizque para aprender de los demás lo que ya no le daría tiempo
de aplicar; y convertirse en un aliado del gobernador rogándole al Señor de las
Maravillas que haga dos milagros: que Rafael se gane la simpatía de Enrique
Peña Nieto, y que él, Eduardo, entre en el ánimo de Moreno Valle.
El
lector dirá si semejante acontecimiento sería posible.
Twitter: @replicaalex