Por
Alejandro C. Manjarrez
Enrique Agüera Ibáñez ha resistido
todo tipo de ataques a su persona. Pareciera que su
estructura anímica y profesional fue diseñada para que opere como blindaje
contra las diatribas, el fuego amigo, la artillería de sus adversarios y hasta los chismes que en Puebla suelen
acabar con prestigios, dignidades y virginidades.
Y
no sólo eso.
El tipo también cuenta con la
capacidad mimética que le ayuda a confundir a sus
detractores, unos poderosos y otros tozudos. Al final del día los hace amigos o, en el peor de los casos,
enemigos civilizados, corteses, benevolentes, sinceros y piadosos.
Estos llamémosle atributos le
permitieron seducir a los dueños del dinero que en
principio lo veían con las características del improvisado en lides
financieras, los mismos que pasado el tiempo descubrieron que Agüera Ibáñez tenía facultades y la visión
que para ellos forma parte de los liderazgos de su sector. Con esa cualidad
empresarial transformó a la Universidad, tanto en el aspecto arquitectónico
(igual que en su tiempo lo hicieron los jesuitas) como por su presencia
académica en el ámbito nacional. Y lo más importante: logró que el grupo encabezado por el gobernador Rafael Moreno Valle
Rosas, se despojara de su acritud para cambiar la crítica hacia él (a veces
mordaz, ofensiva e incluso con las perversiones elitistas) por una simpatía y empatía a todas luces apoyada
en el interés político. Sobrevino así una
conveniente alianza entre el poder gubernamental y la razón universitaria,
el primero preocupado por llevar la fiesta en paz, y lo segundo como
consecuencia de la modernidad que obliga a entender y convencer a los dueños
del presupuesto nacional, recursos que incluyen los subsidios que permiten
detonar e impulsar la excelencia universitaria, ni más ni menos.
El
resultado de esas coincidencias produjo la amalgama que formó el gobierno morenovallista
con la buap; es decir, Enrique Agüera Ibáñez y Rafael Moreno Valle
Rosas, ambos en las antípodas cuando inició la campaña que llevaría al
segundo a la titularidad del poder Ejecutivo.
Aclaro
lo de las antípodas:
En
el ámbito universitario, la preparación
de Moreno Valle fue considerada como una amenaza contra la esencia de la
universidad pública. Pero cuando en el 2010 inició la campaña que propició
la alternancia de gobierno, Enrique
Agüera y Rafael Moreno Valle llegaron a un conveniente acuerdo en beneficio de
las instituciones, pacto que cabe en la definición de pragmatismo (de la
misma manera lo hubo con el candidato del PRI). A ninguno de los dos les costó
trabajo ponerse de acuerdo. Moreno Valle porque consideró que con la BUAP de su parte podría fomentar la
gobernabilidad del estado e incluso promover el desarrollo científico y
económico. Y Agüera Ibáñez porque entendió que para no frenar el impulso
académico y cultural, era necesario convencer al jefe del poder Ejecutivo. De ahí que el “agua y el aceite” se
amalgamaran a partir del practicidad del gobernador y la constancia del rector
universitario, un hombre que dejó los dogmas atrás.
Esto
último él mismo lo dijo en la entrevista que le concedió a Blanca Lilia Ibarra,
conceptos que me permito transcribir:
… Creo que los dogmas lastiman, los dogmas son como candados que se
ponen a las puertas y que, a veces, corres el riesgo de perder la llave y no
poder después abrir la puerta a un horizonte más amplio que te permite
encontrar mejores respuestas a tu responsabilidad social. Creo que el mundo requiere hoy de un pensamiento libre,
comprometido con la búsqueda de soluciones y respuestas en lugar de reclamos de
la sociedad. Hoy se requiere un oído muy sensible para poder escuchar a aquellos
que nos debemos y poder interpretar cómo responder a sus expectativas; creo en
eso y creo que las ideologías nos sirven
para poder tener elementos conceptuales que nos permitan interpretar la
realidad, cada quien a su manera, pero, insisto, con una gran apertura,
pluralidad y respeto a todas las ideologías.
A
esta forma de pensar, Agüera agregó a su
administración lo que Moreno Valle considera una obligación para lograr la
eficiencia y eficacia en la función pública. O sea las evaluaciones a cargo
de organismos dedicados a revisar para calificar, desde la calidad de los
procesos hasta la honestidad y claridad en el manejo de las finanzas públicas.
No obstante estar en esas
antípodas, los dos pudieron ponerse de acuerdo,
actitud que inquietó a los grupos políticos de la entidad, empezando por los
panistas y los priistas.
Si las señales políticas no nos
engañan, los poblanos tendremos la oportunidad de constatar
si aún persiste ese pragmatismo, conveniencia, inteligencia o civilidad, como
al lector le guste definir al talante. Esto debido a que Enrique Agüera contendería por la presidencia municipal de la capital
bajo las siglas del PRI; y dado que Tony
Gali Fallad lo haría por la alianza multicolor, incluido el ahora satanizado
Panal. Un ex rector con las características que enuncié, contra un empresario
impulsado por el gobernador.
¿Choque de trenes?
Responderé
la pregunta en la próxima columna sobre Puebla.
Twitter: @replicaalex