Por Alejandro C.
Manjarrez
Cada vez que leo el
nombre de Gilberto Bosques Saldivar, me entra una extraña desesperación
combinada con el coraje que provoca la ignorancia histórica que atrapó a los
políticos modernos. Lo veo y lo escucho diciéndome con la benevolencia y
comprensión del maestro que fue para todos los que le rodeamos:
No te preocupes, así ha sido siempre; debemos tener paciencia
y trabajar sin esperar recompensa. Si la merecemos, puede ser que algún día
llegue, cuando ya no estemos para disfrutarla.
Pero ésa que es la voz del recuerdo
convertido en conciencia, se topa con la fuerza del dáimon socrático empeñado en disuadir a su portador. De ahí que me
pregunte y responda: “¿Paciencia? Ya no existe por culpa de muchos de los
‘servidores públicos’, los mismos que se alejaron de la cultura histórica y de
las raíces ideológicas y sociales de México, las que con frecuencia manipulan
para justificarse u ocultar su riqueza”.
Razono y mi espíritu se vuelve a
insubordinar obligándome a protestar contra la ignorancia universal de algunos
gobernantes, los que están como pasmados o inmersos en los lodos de la
mediocridad. Entonces aparecen los recuerdos y los relatos que el propio
Gilberto nos legó, herencia que el tiempo hizo crecer hasta convertirla en una
de las luces que iluminan el trayecto del ejercicio periodístico: el mío y
seguramente el de otros colegas.
Recapacito para en vez de protestar
valiéndome de referencias políticas que validarían lo que pienso (nombres,
incompetencia, actos, corruptelas, fechorías, fechas, olvidos, tonterías y
hasta crímenes), acudir a las memorias donde hay datos y antecedentes que por
su trascendencia podrían sacudir la conciencia de los gobernantes, incluidos —por qué no— los
poblanos. Claro, siempre y cuando sepan leer. ¿Entenderían?
Después de valorar las crónicas y
artículos que publicó la prensa nacional, todos ellos coincidentes con los
merecidos homenajes que el mundo ha rendido a don Gilberto, concluyo que vale
la pena intentarlo. Sin embargo, hay un problema: ¿qué hacer para obligar a los
políticos de casa a entender la trascendencia del trabajo de Bosques? Es muy
difícil porque sólo leen sus estados de cuenta bancarios. Sin embargo, no
obstante esa muralla formada con cientos de ladrillos burocráticos, una vez más
rescato este recuerdo con la esperanza de que sea leído por quienes ejercen el
poder. El problema es que varios de ellos suponen que los libros y la historia
causan cáncer.
Bosques, el poblano, ejemplo para el mundo
¿Qué hizo que Gilberto Bosques
fuera un ser extraordinario, con una inteligencia brillante, con un singular
sentido de fraternidad, con una gran capacidad para entender a sus semejantes,
con la fuerza espiritual que hoy lo mantiene vivo en el recuerdo de cientos de miles
de personas, y con una mirada fulgurante que en segundos escudriñaba para
comprender las intenciones y sentimientos de sus interlocutores?
No sé. Lo que puedo decir es que
todo indica que en él coincidió la energía del cosmos. Tal vez. O que se
concentró en su organismo la herencia de sus antepasados. Es posible. Incluso
pudo haber sido uno de los seres elegidos por la naturaleza o por Dios para
cumplir la misión humanitaria que desde hace años le reconocen gobiernos,
organismos y agrupaciones vinculadas con la justicia y el humanismo. Quizás. Él
mismo nos dejó ver lo que podría ser una de las pistas, cuando a manera de
homenaje su nombre fue inscrito en los muros del Congreso Local poblano. Tenía
entonces 100 años de edad y dijo a los diputados de esa sesión solemne
presidida por Manola Álvarez Sepúlveda, promotora de la iniciativa del merecido
reconocimiento que en vida le dedicó el pueblo de su estado natal:
Ya como ustedes ven, soy un hombre a quien todas las cosas empiezan a
dar rostros, señales de despedida... Nací en Chiautla, en una risueña casa
inclinada sobre un flanco de la barranca del ojo de agua; es decir, nací en la
entraña misma de aquella villa.... Lo recorrí todo... Entonces creo que me
impregné de todo el vigor, el pluvio, la elocuencia, la palabra del agua y de
las montañas... Después estuve en esta ciudad (Puebla) como estudiante. Y aquí
acabé de formarme por la virtud mágica de una ciudad como ésta. Ciudad hermosa,
ciudad prócer, ciudad en aquellos días límpida como ahora, con una atmósfera y
una transparencia que solamente he encontrado en alguna parte de Europa... Aquí
me formé en la lucha estudiantil, de esfuerzo, de trabajo y más tarde por el
esfuerzo y por la causa del pueblo...
¿Chiautla? ¿Puebla? ¿Qué fue lo que
pasó en esos lugares? Hagamos un recorrido “a vuelo de pájaro” por la luminosa
existencia del constituyente poblano y, para muchos extranjeros, del mexicano
cuya labor les permitió conocer el mundo de sus padres, de sus abuelos y el
suyo propio:
Gilberto Bosques Saldívar era un
niño de apenas diez años de edad cuando atestiguó la represión que hizo famoso
al gobierno de Porfirio Díaz. Fue en el amanecer del 3 de mayo de 1903, alba en
la que, según sus propias palabras, el estampido de las balas se confundió con
el primer tronar de los cohetes que inauguraban la celebración religiosa de la
Santa Cruz.
Ese día el pequeño Gilberto pudo
constatar cómo murieron los chiautecos que se habían sublevado contra el
gobierno de Díaz:
Don Jesús Morales Ríos –escribió años después–, a la cabeza de los
insurgentes y al grito de ¡Muera el mal gobierno! ¡Viva Chiautla! ¡Viva la
libertad!, atacó a la guardia de la cárcel en el fondo del portal. Allí cayó
muerto de bala en el corazón. A pocos pasos de la reja carcelaria murió el alcalde
Librado García Millán. De cara al cuartel de los rurales murió Amado Sánchez,
lugarteniente de don Jesús Morales. El caballo bayo que montaba aquel muchacho
serio, cabal, callado y valeroso, murió junto a su jinete. Tres de los
compañeros de Amado quedaron con él, sin vida.
Allá, en “la tierra caliente con
noches de obsidiana traslúcida”, los revolucionarios anónimos se encontraron
cara a cara con la muerte para, sin habérselo propuesto, mostrar al entonces
hombre tierno que ese paso final es una de las formas heroicas de consagrarse a
la patria.
Con esas vivencias que lo marcaron
como huellas en el cemento fresco, Bosques llegó a Puebla a estudiar en el
Colegio del Estado donde de inmediato se integró a la asociación
político-poblana Luz y Progreso que organizó Aquiles Serdán. El repudio que
propició la tiranía, motivó y unió al puñado de poblanos que decidieron
protestar contra las arbitrariedades, los atropellos, los crímenes, las
villanías y las infamias de Mucio P. Martínez, Joaquín Pita, el manco Mirus,
Miguel Cabrera, Jesús García, Popoca, Machorro, Lezama y Córdoba, todos ellos
porfiristas despóticos y atrabiliarios y además protagonistas del terror que
había irrumpido en los hogares de Puebla.
La Revolución programada para el 20
de noviembre, se adelantó dos días debido a las infidencias de los poblanos de
doble cara. Así, el 18 de noviembre de 1910, Miguel Cabrera y sus esbirros
asaltaron el “cuartel” de los hermanos Serdán cuya lucha y sacrificio acabó,
momentáneamente, con los proyectos e ilusiones de la burguesía poblana, e
inició el levantamiento armado que agitó las ya de por sí aguas broncas del
movimiento social que despertó al siglo XX.
Este inicio y otras circunstancias
derivadas del proceso revolucionario de México, inocularon a Bosques el germen
que después se transformó en semilla y más tarde en frutos, los muchos frutos
que formaron el humanismo que hoy lo presenta como uno de los hombres más
importantes de la historia del mundo.
La luz del humanismo
Ya había conocido la decepción que
conlleva las actitudes políticas tan injustas como convenencieras (le robaron
el triunfo electoral que debió hacerlo gobernador de su estado), cuando llegó a
París para iniciar lo que fue su labor humanitaria como cónsul general. Acababa
de estallar la Segunda Guerra Mundial. Los perseguidos españoles, judíos y
franceses miembros de la resistencia, encontraron en él la mano diplomática
tendida sin condiciones. Después de muchas vicisitudes y de un intenso trabajo
diplomático, logró arrancar al gobierno francés sometido por los alemanes, las
garantías del derecho de asilo. Gracias a esa decisión y también a las
actitudes propias de los héroes sociales, hoy cientos de miles de familias en
el mundo viven agradecidas con México y con su dignidad de Estado. El chiauteco
había abonado la semilla de los principios universales para propiciar lo que
fue otro más de sus frutos. He aquí la voz de Bosques (La historia oral de
la diplomacia mexicana):
La actitud diplomática en Francia era muy interesante, porque en
aquellas circunstancias, de absoluta subversión de los hechos y personas, no
servía el derecho como instrumento de trabajo. El derecho internacional clásico
no funcionaba, ni siquiera el derecho diplomático, para las gestiones normales.
Todo estaba alterado. Entonces, hubo que recurrir a principios aceptados de
manera universal.
Bosques salvó alrededor de cuarenta
mil vidas impelido por su carga de humanismo y justicia social. A ello se debe
que sea referente del humanismo internacional y además que se le considere un
hombre que por su inteligencia negociadora, capacidad diplomática y sentido de
justicia, en muchos casos superó las expectativas diplomáticas internacionales.
La gratitud de esos miles de hombres, mujeres y niños se transformó en el
homenaje permanente que se le ha venido haciendo en diferentes partes del
mundo, reconocimientos que prevalecerán en tanto existan los descendientes de
judíos y españoles republicanos cuyos padres, abuelos o tíos formaron los
primeros eslabones de la cadena sin fin que construyó con su labor.
La familia Bosques, rehenes del führer
durante más de un año
Capturado por los nazis junto a decenas de diplomáticos de
otros países, Gilberto Bosques, esposa e hijos permanecieron un año en
cautiverio en la localidad alemana de Bad Godesberg, cercana a Bonn.
En esa etapa de su vida, el poblano
volvió a demostrar la reciedumbre de su espíritu, de su carácter, de la raza,
de la estirpe que habitó en la tierra caliente del sur de Puebla. No lo amilanó
ni lo redujo el poder cruel e irracional de Hitler. Luchó contra la hegemonía
demente demostrándole al mundo y a sus compañeros de cautiverio, así como al
cuerpo diplomático, que el poder de la razón puede más que las razones del
poder.
Luego de un acuerdo entre Alemania y México, Bosques fue
liberado y retornó a su país natal. Pasó
unos días en su patria para después volver a Europa con la intención de
continuar para concluir su labor en favor de los refugiados españoles que
anhelaban la libertad. Lo hizo no obstante el acuerdo entre Franco y el primer
ministro portugués Salazar. Así fue como logró salvar a cientos de ellos del
buitre que entonces se posaba sobre España. De esta forma pudo rescatar el
talento perseguido para darle asilo en México, donde se reprodujo y aún existe
en muchas de las manifestaciones intelectuales, académicas, científicas,
sociales y literarias. Podríamos decir que se abrevó para transmitirlo a las
subsecuentes generaciones de mexicanos.
Bosques abrió las puertas de México
a los perseguidos rescatándolos del fanatismo, de la estulticia fascista y de
la bota opresora del militarismo. Parte de la humanidad encontró en tierra
azteca las libertades para el saber, las profesiones honrosas, los cultos y los
goces de la familia. Se había manifestado la benevolencia de un país en pleno
desarrollo, joven, vigoroso y agitado por su empuje progresista.
Pasado el periodo de la Guerra y
durante cuatro años, de 1949 a 1953, el embajador Bosques realizó una
importante campaña que hizo trascender la cultura de México a los lugares más
apartados del orbe. El Chac Mool, por ejemplo, ganó los espacios de la prensa
europea. Lo mismo ocurrió con las pinturas de la época colonial, las joyas precolombinas
y el arte pictórico de Siqueiros. E igual pasó con las expresiones artísticas y
culturales que cautivaron incluso a los más fríos y escépticos europeos. La
cultura de México fue como el aval de la formación humanista y social del
diplomático ubicado ya en el corazón de los europeos que sabían de su labor.
Al término de su gestión
diplomática en Suecia, el gobierno de la República lo envió a la entonces Cuba
de Batista. En la Isla encontró a uno de los más funestos dictadores del siglo
XX, cuyo recelo contra el mexicano se fue mostrando poco a poco conforme éste
daba cuenta de la prepotencia de un régimen expuesto a la fermentación
revolucionaria. En México, según la historia documental del propio Bosques, los
cónsules de Batista reportaban asustados aquello que consideraban actividades
subversivas, ya que en todo el territorio mexicano se sentía la vibración del
fogoso y libertario espíritu de Martí, presente en cada uno de los corazones
cubanos que habrían encontrado abrigo en el valle del Anáhuac. A pesar de las
torturas, asesinatos, persecuciones y amenazas para aquellos que se mostraban
contrarios al gobierno batistiano, la embajada de México, de acuerdo con su
política de asilo, albergó a los perseguidos políticos. Y esa lucha para
defender el derecho primigenio del hombre, fue ardua hasta la derrota de
Batista.
Gilberto Bosques continuó
representando a México durante el primer lustro del gobierno de Fidel Castro.
Constató la marcha a contrapelo del nuevo régimen cubano. Fiel a sus principios
tuvo el privilegio de ser el embajador del único país que se declaró en contra
del proyecto de resolución presentado en la OEA para aislar a Cuba.
Su retiro de la actividad del
Servicio Exterior se presentó cuando contaba con 74 años de edad, no por considerarse
cansado o débil, pues su fulgurante inteligencia aún se conservaba, sino
porque, como lo apunta Rodolfo Busio en el prólogo de la Historia de la
diplomacia mexicana, decidió volver a la práctica de sus convicciones en
privado, entendiendo, como buen negociador, que las condiciones políticas no
eran las propicias para continuar expresándose con toda libertad. Gustavo Díaz
Ordaz había llegado a la Presidencia de México.
@replicaalex