Por Alejandro C. Manjarrez
La historia de la vida pública municipal podría compararse a un brinco casi suicida. Como el de los trapecistas que actúan sin red o los jinetes charros cuya suerte principal es el salto de la muerte. De la pobreza a la riqueza. De la festinada honestidad a la más cínica corrupción.
Antes los hombres ricos o populares huían de los gobernadores que se fijaban en ellos para hacerlos presidentes municipales. Sabían que el cargo implicaba gastar parte de su pequeña o gran fortuna, además de realizar una intensa actividad personal para conseguir dinero del estado o la federación. Estaban al tanto de que en el mejor de los casos su sacrificio les dejaría muchos compadres y, en el peor, varias deudas sociales, además de reclamos por lo que dejarían de hacer.
Hoy es al revés: los políticos buscan la presidencia municipal a sabiendas de que concluirán su trienio con dinero suficiente para invertirlo en la búsqueda de otras oportunidades que les generen más riqueza o poder, depende sus ambiciones. Esto gracias a que hoy las leyes hacendarias otorgan a los municipios los recursos que les corresponde de acuerdo con su número de habitantes. De ahí que los ayuntamientos se hayan convertido en una especie de botín político. Y por ello la lucha por llegar al cargo de presidente municipal.
Claro que hay excepciones y éstas se cuentan con los dedos de una mano. Son las mismas que podrían postularse para el récord Guinness o, si lo vemos con los ojos de la cultura política actual, para formar parte de la lista de pendejos que dejaron pasar la oportunidad de hacerse ricos, relación por cierto muy corta, cortísima
La tradición
Alguna vez un mandatario se molestó cuando la dirigencia nacional de su partido le impuso al candidato a presidente municipal de la capital del estado. No rechistó, sin embargo, ya en el cargo se desquitó con el impuesto: “Te voy a nombrar tesorero para que no te robes el dinero de las participaciones”, le dijo. Y aquel alcalde, por cierto una chucha cuerera, aceptó sumiso la amenaza de su “jefe” a sabiendas de que el “negocio” no estaba en meter las manos a las participaciones, sino en controlar la obra pública y manejar el dinero que producen los giros llamados negros, esencia de la corrupción institucionalizada tanto en Puebla como en otras ciudades.
La corrupción en los ayuntamientos financieramente poderosos, funciona como un árbol cuyos frutos benefician a otras instancias de poder, especialmente las revisoras de la cuenta pública municipal, áreas donde suelen medrar inspectores o auditores cuya función les permite “colaborar” con los munícipes bajo la premisa del común salpicado: yo te ayudo y tú te mochas.
Los diezmos
“Haz obra que algo sobra”, sentenció algún “filósofo” de la corrupción, premisa que ha servido de inspiración a los políticos en cuyas funciones está proponer para autorizar la aplicación del dinero en las obras públicas. De ahí que los costos presupuestados se incrementen en la medida de la ambición del alcalde; un ejemplo, digamos que común:
Si equis obra se concursa o asigna con un tope financiero de 400 millones de pesos, después aparecen las “estimaciones escalatorias” que compensan el gasto de lo inesperado, como podría ser alguna corriente subterránea o falla geológica que obligue a invertir más dinero y en consecuencia a prolongar el tiempo estimado para concluir la obra. Si al final del día el costo se incrementó en un 100 por ciento, en esa proporción se incrementa el moche o diezmo; o más si se negociaron sobreprecios.
Lo negro que se vuelve transparente
Acento 21 publicó la lista de los giros negros de Puebla Capital. Podrían ser los mismos negocios de hace diez o veinte años pero con diferente nombre. La nota de marras confirma que la mata sigue dando y que el negro es un dinero que sirve para propiciar que la economía de los alcaldes mejore sin tener que “robar” del erario público. Quizás uno o dos millones de pesos mensuales, después de repartir entre quienes ayudan o, como decía otro gobernador “sabio”, de colaborar con las acciones proselitistas de su partido.
En fin, el tema requiere de más espacios y de reproductores como la revista Réplica, medio donde en su número reciente aparece un artículo dedicado a Eduardo Rivera Pérez, alcalde de Puebla, no porque él sea un corrupto de siete suelas, no, sino para que “abra los ojos” antes de que se convierta en el hazmerreír de la política poblana. (La revista también publica “Las primeras damas corruptas”).
Pero como en todas las historias negras, en esta también hay una paradoja: Ardelio Vargas, secretario de Seguridad Pública, trata de desenredar la madeja prieta para, sin proponérselo, darnos temas de columnas sobre la corrupción municipal.
Twitter: @replicaalex