Por Alejandro C. Manjarrez
Buen intento el de Rafael Moreno Valle para traer a Puebla otra inversión más de los alemanes. El problema, como lo dijo el presidente del Consejo de Organismos Empresariales (COE), Luis Gerardo Inman Peraldi, es que no existen parques industriales para satisfacer las necesidades de empresas como la Audi. Y lo peor: los espacios disponibles por la infraestructura que les rodea, son tierras de alta productividad agrícola que, además de ayudar a resolver el problema alimentario, permiten o contribuyen a la regeneración del medio ambiente. Cambiar esa vocación, digamos que natural, es atentar contra la salud y vida de las generaciones por venir, inclusive.
¿Cómo convencer al gobernante y a su séquito de porristas para que se privilegie a la naturaleza en vez de causar daños al ecosistema? ¿Qué podría sensibilizar a Moreno Valle, por ahora un mandatario que mira el problema ecologista con los ojos de la conveniencia política? ¿Acaso habrá que recomendarle que lea los criterios que vertió Verónica Mastretta antes de obtener el cargo público que hoy ostenta? (seguro le daría risa) ¿Sugerirle que pida la asistencia profesional de Al Gore, el contaminador arrepentido?
La verdad es difícil que Rafa pueda escuchar el grito silencioso de los poblanos preocupados por el futuro de sus hijos. Y más aún si las opiniones de algunos sectores sociales no coinciden con el proyecto de gobierno diseñado, creo, a partir de grandes obras civiles con resonancia nacional e internacional, en las cuales los impactos ecológicos son temas secundarios. Bueno hay un par de excepciones: el río Atoyac y el lago de Valsequillo, dos de los retos más difíciles de concretar debido a su alto costo y al tiempo que se requiere, mismo que rebasa con mucho los seis años de su mandato, periodo que, por desventura para él, podría alterarse con la presencia de un presidente ajeno a los intereses de la llamémosle cultura del morenovallismo.
Comparto con usted, amable lector, una conversación entre el que esto escribe y el entonces aspirante a gobernador Mariano Piña Olaya, en apariencia paradigma de Rafael Moreno Valle Rosas.
–¿Qué dice la prensa?– me preguntó durante el breve viaje de un elevador.
–La noticia de hoy es el problema ecológico –respondí para dar pie al comentario que quería hacerle.
–¡Esas son pendejadas! Tus colegas no tienen de qué escribir –dijo enfático dándome la oportunidad de hablar del tema que había preparado a sabiendas de que sería gobernador.
–No creas Mariano –dije–. Es un asunto relevante. Por ejemplo: en Huejotzingo se construyó un parque industrial sacrificando las tierras agrícolamente más productivas de Puebla. Y además se hizo el aeropuerto...
–A ver a ver –me interrumpió–. ¿Tú crees que las tierras agrícolas resolverán el problema de la mano de obra o de las fuentes de empleo que se requieren? –preguntó para en seguida disparar–: una hectárea sembrada de maíz o de frutales puede dar de comer a cinco personas, cuando mucho, mientras que esa misma superficie destinada a una industria produce empleos para cien personas. Multiplícalo por cinco y habrá quinientas personas que coman y vivan decorosamente…
Como consideré que no iba a cambiar esa dura y en apariencia imbatible opinión, preferí callar lo que pudo haber sido la respuesta que provocaría una discusión bizantina. Me di cuenta que Piña pensaba igual que varios que fueron gobernadores, entre ellos el que entubó el río de san Francisco; el que se hizo tonto para que las industrias descargaran sus contaminantes al río Atoyac; el que permitió la tala de árboles del pulmón citadino porque negoció con los fraccionadores voraces; los que engañaron a los ejidatarios para quitarles sus tierras y vendérselas a la Volkswagen (uno de ellos permitió que asesinaran a dos campesinos); el que adicionó a la capital varios municipios convirtiéndolos en juntas auxiliares subordinadas a Puebla; el que concesionó obras y edificios propiedad del estado a empresas que le ayudarían a cubrir sus trapacerías o a promocionar su imagen; el que vendió cientos de las hectáreas expropiadas para hacer millonarios a sus socios. En fin…
Ahora sólo nos queda esperar que el entusiasmo industrial no motive a Rafael a ser como alguno de sus antecesores. Y además que no se le ocurra disponer de los cientos de hectáreas que hoy son el único bosque que tiene Puebla, el mismo donde se asentará la famosa academia de policía para, como lo dije ayer, violentar el decreto que el 8 de abril de 1994 emitió Manuel Bartlett, disposición que establece cuáles son las áreas protegidas y de preservación ecológica.
Concluyo y comparto con usted la siguiente profecía india para llamar su atención y con la idea de evitar que los políticos poblanos concluyan su vida pública en calidad de mutantes:
Sólo después de que el último árbol sea cortado/ Sólo después de que el último río sea envenenado/ Sólo después de que el último pez sea apresado/ Sólo entonces sabrás que el dinero no se puede comer.
Twitter: @replicaalex