Por Alejandro C. Manjarrez
Para ser buen político hay que tener sentido común. Cualquiera que posea esa llamémosla virtud, podrá actuar con decoro y unir voluntades a su favor. Empero, si no existe lo que se ha dado en llamar el menos común de los sentidos, el político, quien sea, tendrá problemas y hará su trabajo a contrapelo.
Sin ánimo de echar porras, debo reconocer que Rafael Moreno Valle Rosas aplicó esa regla, digamos que centenaria, cuando decidió romper lo que parecía una barrera ideológica o sicológica, no lo sé; la intención: establecer una buena relación con la Universidad Autónoma de Puebla y, obvio, con su líder Enrique Agüera Ibáñez. (Recordará el lector que al principio, cuando trabajaba para ser gobernador, Rafael le hizo fuchi a nuestra universidad pública, una de las más importantes del país. Quizás porque alguno de sus asesores le dio ese mal consejo.)
Bueno, el caso es que hoy existe una excelente relación entre el mandatario estatal y las autoridades de la BUAP, trato que mejoró ostensiblemente desde que Luis Maldonado Venegas y Fernando Manzanilla Prieto, fungieron como enlaces del gobierno poblano. Desapareció aquella ñañara causada por la presencia moral (de alguna forma hay que llamarla) de Mario Marín Torres, el ex alumno y gobernador que más se había preocupado por impulsar a su alma máter. Hoy, para bien de los universitarios, rector y gobernante están en el mismo canal, coincidencia que aleja el viejo espanto que en el siglo pasado produjo la caída de tres gobernadores, cuyo staff (o ellos mismos, vaya usted a saber) los indujo o les aconsejó enfrentarse a la fuerza política popular con más peso e influencia social de entonces y en la actualidad.
Ahora bien, el acercamiento apuntado tuvo una positiva reacción de parte de Enrique Agüera quien, especulo, pudo haber sido asediado por los “jefes de línea dura” quienes, ante la primera actitud de Moreno Valle, sintieron que tenían la oportunidad de recuperar las glorias de los viejos tiempos; es decir, de llevar a la calle a los estudiantes enarbolando las banderas de la lucha antigobiernista. Pero no, se impuso la inteligencia y hoy, como lo apunto arriba, existe una muy buena relación universidad pública-gobierno del estado.
Esa buena relación tiene un bagaje o respaldo político que ahí está a la vista: Enrique Agüera vivió los días de incertidumbre que produjo la derechización del gobierno federal y, por ende, el repudio a la universidad pública (igual le ocurrió a Enrique Doger Guerrero). Primero Vicente Fox y después Felipe Calderón, dos presidentes promotores de la educación privada. Fue, pues, una controvertida polémica que, por ventura, ganaron los rectores junto con los legisladores aliados: así el grupo enfrentó a los funcionarios pirruris, los mismos que arrugaban la nariz ante lo que para ellos representaba un escollo al gran proyecto de las universidades privadas (como ocurrió en la “guerra” entre la medicina social y privada, combate éste que al final del día ganó la iniciativa privada).
Lo curioso de este fenómeno político-educativo, se halla en que ahora la Benemérita se maneja bajo los parámetros que tanto entusiasman a las corrientes de la derecha, recalcitrante o no: sin perder su perfil social, democrático y popular, la BUAP logró insertarse en la modernidad administrativa para lograr el reconocimiento de varias instancias internacionales y nacionales cuya función es, precisamente, calificar desde el manejo de las finanzas públicas hasta la calidad académica de las instituciones de educación superior.
Con estos logros más los avances en materia científica y tecnológica, supongo que Moreno Valle dejó de pensar en que las universidades de Boston, Massachusetts, y la poblana referida, están, educativamente hablando, en las antípodas. Esta es la impresión que generan las actitudes referidas tanto del titular del poder Ejecutivo como del rector Agüera. Si el lector los observa verá que cuando están juntos se les ve como dos amigos que trabajan –cada uno en su área, obvio– coordinados y apoyándose en lo que podríamos llamar el proyecto Puebla.
Igual que el columnista, tal vez usted esté de acuerdo en que para beneficio de la educación superior en Puebla, parece que el sentido común existe en ambas partes: gobernador y rector. En fin, con el respeto que me merece la trayectoria, capacidad académica, moral pública y reputación universitaria de los personajes citados, espero y confío en que la boca o la pluma no se me hagan chicharrón.
Twitter: @replicaalex