Por Alejandro C. Manjarrez
Transparencia y verdad, son dos conceptos que significan lo mismo; cuando menos en política. Lo dijo Jean-Jaques Rousseau y yo lo parafraseo: "Los que quieren tratar a la política y a la moral en forma separada nunca entenderán nada sobre ninguna de las dos". Pero al parecer éste y otros pensamientos y aportaciones del literato e ideólogo suizo, sólo han servido para enriquecer la retórica oficialista o, como es el caso, darle sustento a reflexiones como la que usted está leyendo.
Si un gobernante hablara con la verdad, sería irrebatible que no hace falta la transparencia. O al revés: si la transparencia fuera una cultura equivalente a cualquier religión, la verdad saldría sobrando. El problema es que si nos acogemos a la ética, digamos que draconiana –por severa obvio–, veremos que no existe ni la una ni la otra ya que ambas son condiciones que estorban al político, no importa que éste sea un egresado de Harvard o de la Sorbona o que haya estudiado en algún seminario religioso incluido el tibetano. Al final de cuentas, para los servidores públicos en el poder que sea (Ejecutivo, Judicial o Legislativo), la verdad y la transparencia estorban.
Imagínese el lector a cualquier mandatario, hombre, mujer o gay, diciéndole al pueblo cómo y por qué llegó al cargo. O confesándole las transgresiones a la ley y a la moral pública y privada que puso en práctica para ser omiso o cómplice con lo que vio, escuchó y atestiguó durante su trayecto en el sector público. O manejándose como los curas en un acto de contrición para que, en su caso, la sociedad considerara perdonarles los pecados con la condición de que devolvieran al pueblo el dinero que se robaron, recibieron como cochupo o les fue dado en calidad de aportaciones a la causa, que en su caso es la búsqueda del poder. O mostrándole a la autoridad electoral las mañas comunes en la lucha por ganar elecciones. O informándole a sus gobernados el modo y las razones para inducir, obligar y controlar a los representantes populares y también, por qué no, a los miembros del poder Judicial. Y ya para que hablar de las costumbres personales, algunas de ellas exentas de moral y honestidad.
Búsquele y si por ahí encuentra un servidor público honesto, recto y veraz, dígaselo a todos para que sepamos quién es él o ella. A lo mejor y hasta proponemos al tipo para que reciba desde el Nobel hasta el premio Guinness, depende el grado de excelencia.
¿Los habrá?
Por el momento lo dudo aunque a lo mejor acaba de nacer ese hombre o mujer que, por ejemplo, emule a Benito Juárez o a Porfirio Díaz, dos de los personajes de nuestra historia que nunca dieron de qué hablar sobre su honestidad y transparencia. Según los historiadores, ambos se distinguieron porque no robaron dinero del erario público. Dirían los alumnos de Carlos Hank González: resultaron ser unos pobres políticos. Sin embargo, lo curioso es que tanto uno como el otro fueron trasparentes hasta en sus deseos, necesidad o estrategia para conservar el poder mediante reelecciones que trastocaron la Constitución de entonces, la de 1857. Los menciono nada más para que le midamos el agua a los camotes.
Y ya que viene a colación el tubérculo que hizo famoso la cultura culinaria poblana, enriquecida por cierto con las especies que, dice Jesús Manuel Hernández, trajo Catarina de san Juan, la famosa China Poblana, le pregunto al lector:
¿Conoce usted algún político en funciones que sea veraz y por ende honesto? ¿Sabe cuánto gastan nuestros gobernantes en sus viajes en helicóptero, avión o uso de sus “bestias” terrestres? ¿Está al tanto de lo que se invierte en la seguridad de quienes nos gobiernan? ¿Alguien le ha dicho la cantidad de dinero que se destina para mantener la parafernalia y los servicios de Casa Puebla, por ejemplo?
Las respuestas negativas abonan lo que digo al inicio de estas líneas: el manejo del concepto transparencia sólo ha servido para enriquecer la retórica oficialista. No hay tal, ni la habrá mientras los legisladores tengan puesta la brida del Ejecutivo para que no trastoquen el gatopardismo (cambiar todo para que nada cambie) que ha hecho famosos a los sicilianos, por citar a quienes han dado fama a esta costumbre.
Y ya que traje a colación la paradoja de Lampedusa manifiesta en el poder Legislativo de Puebla y de otras entidades, propongo a los diputados de acá que se pongan de acuerdo y legislen sobre la verdad ya que no les interesa hacerlo sobre la transparencia. Es un tema fácil si parten de que la mentira se convierta en un delito grave y por ende sin derecho a fianza. ¿Los dejarán? ¿Podrán darse ese que al parecer es un lujo republicano?
Se aceptan apuestas.
Twitter: @replicaalex