martes, 15 de noviembre de 2011

La muerte viaja en helicóptero



Por Alejandro C. Manjarrez
Si sabe de alguien que haya salido ileso de un accidente de helicóptero, considérelo uno de los suertudos. Esto porque la estadística establece que sólo 15 de cada 100 han sobrevivido, muchos de ellos con heridas graves.
El lado blanco del registro de marras se vivió en Puebla cuando salvaron la vida Melquiades Morales Flores, Mario Alberto Mejía, Amado Camarillo, José Yitani Maccise, Miguel Reyes Razo, Sergio Ayón Rodríguez, Moisés Carrasco Malpica, Felipe Flores Núñez, Carlos Ramírez Cardoso, Luis Gerardo Inman, Rogelio Calzada, Salvador Flores y Saúl Plascencia. Su helicóptero se incendió pero a ellos no les pasó nada.
Como casi nadie puede contar la sensación que producen los helicóptero en colisión, he rescatado de mi archivo lo que me dijeron algunos de esos trece suertudos a quienes entrevisté poco después del percance, experiencia que viene a cuento por el lamentable accidente de Francisco Blake Mora y sus siete acompañantes.
Mejía dijo que percibió el olor de la adrenalina que emana del cuerpo en los momentos de peligro, secreción que en ese instante paralizó el sistema nervioso de los pasajeros. Comentó que ya supo a qué huele la muerte y que su sentido periodístico lo puso atento a todas y cada una de las reacciones de sus compañeros de vuelo y caída. “Quedé impresionado del accidente y en especial de la serenidad del gobernador”, me contó tres horas después de aquel percance.
A Miguel Reyes Razo se le manifestaron los rostros y la dulce mirada de su madre, hijos y nietos. Cuando vio la bola de fuego reflexionó largamente sobre el valor de la vida. “Dios, Dios, Dios”, musitó. Y la magia de la mente más la fuerza espiritual lo mantuvo firme. “¡Salta tú primero gobernador!”, le gritó a su amigo Melquiades. Tomó su libreta de apuntes, la bitácora de su vida profesional. Y siguió al mandatario. Ya en tierra firme pidió sus lentes que habían quedado tirados en el interior del helicóptero. La nave estaba a punto de incendiarse y explotar pero él tenía que escribir su nota.
“Que se haga lo que tú digas, Señor”, rezó Pepe Yitani en el momento en que sintió el golpe del choque, instante que, según sus propias palabras, le pareció eterno. “La fe me movió. Sentí que allí estaba la mano de Dios librándonos del peligro. Llamé a mi familia para informarles que todo estaba bien. No quería que se asustaran cuando las noticias dieran a conocer el percance. El gobernador y sus colaboradores se portaron de maravilla. Melquiades estaba muy preocupado por nosotros. Me dijo que sentía mucho lo ocurrido ya que él nos había invitado. No te preocupes, le respondí, Tú no tienes la culpa. Fue un accidente.”
Carlos Ramírez Cardoso dijo que pudo haber fotografiado a Dios. “Lo sentí. Mi alma lo tuvo cerca, muy cerca. Pensé en que hay que ser mejores”. Reconoció que lo único que le dio miedo fue la posibilidad de dejar su vida inconclusa y estar a punto de conocer la oscuridad. “Son jalones de oreja —reflexionó—. Con menos, varios ya se hubieran muerto. Sin embargo, el accidente me permitió confirmar que existe el más allá. Fue muy difícil, algo muy cabrón. Vi el madrazo total, de frente, atrás del gobernador. Si tú quieres ver a Dios vestido de casualidad, vístelo así. No fue un golpe material sino emocional…”
“Mientras nos organizábamos para salir de la nave, se me ocurrió mirar la pared donde se había atorado el helicóptero confesó Moisés Carrasco Malpica, dirigente estatal de PRI—. El susto de mis compañeros y el mío se confundió en una sola voz, quizá silenciosa o tal vez estridente, no lo recuerdo con precisión. El pensamiento era el mismo: por un milagro habíamos salvado la vida. Cuando Melquiades pudo controlar la situación, descubrí que se podía salir del helicóptero sin mayor problema. Esto porque la obra en construcción tenía una escalera. Quise avisarles pero no me hicieron caso porque estaban desesperados por brincar al suelo que se encontraba a poco menos de tres metros de altura. Logramos dejar el aparato y alejarnos gracias a la adrenalina que ante el peligro agiliza las reacciones y da vigor a los movimientos del cuerpo. Ya a salvo, miré a mis amigos y me impresionó la palidez de sus rostros que, supuse, era la misma que reflejaba mi cara. Sentí que una fuerza superior nos había salvado de morir, sensación que aumentó cuando las llamas consumieron el aparato y se produjo un extraño olor a combustible revuelto con polvo”.
El más asustado fue Melquiades porque, además de que estuvo a punto de morir, la tragedia pudo haber dejado sin padre y esposo a trece familias. Pero no obstante el terror que vivió, a los pocos días volvió a usar el helicóptero aunque, supongo, el siniestro sufrido lo haya espantado tanto que los malos presentimientos nunca dejaron de oprimirle el pecho.
Ya lo dije pero es importante recordarlo: según datos sobre accidentes de helicóptero, el 92 por ciento se debe a errores de pilotaje y el resto a fallas mecánicas, pormenores que en ese momento ignoraban los pasajeros de la nave accidentada. Cuando lo supieron deben haber pensado en lo mismo que caviló Reyes Razo: en los rostros y la dulce mirada de sus madres, esposas e hijos.
¿El trece será el número de la suerte?
Twitter: @replicaalex