Por Alejandro C. Manjarrez
“A pesar de sus múltiples y millonarias remodelaciones, todavía hay quienes recuerdan que la residencia donde hoy vive el gobernador de Puebla, le decían la ‘casa de las muñecas’. Pero no piense usted mal; así la llamaban porque el entonces gobernador Carlos I. Betancourt, destinó un cuarto especial para guardar los cientos de muñecas de trapo, porcelana, madera, pasta y sololoy que su esposa Teresita, sus dos hijas y él mismo compraron durante varios años hasta formar la valiosa colección cuyo paradero nadie conoce.”
Con este párrafo inicié la columna publicada en Síntesis hace poco menos de diez años, entrega que hoy recuerdo y adiciono otros datos inspirado en las remodelaciones que ha hecho el gobierno de Rafael Moreno Valle, incluidas las horrorosas rejas que instaló en el entorno de la residencia oficial. Hete aquí la historia
Peculado o chingadera
Betancourt (1945-1951) ordenó que su gobierno comprara el predio y construyera el inmueble. Una vez que concluyó su gestión, los agradecidos diputados emitieron el decreto por el cual el gobierno donaba la casa al ya ex gobernador. “¡Pobrecito don Carlitos!, –justificaron aquellos serviles legisladores–. No tiene dónde guardar sus muñecas”. Ante semejante preocupación, los pequeños conscriptos de la patria chica votaron por la afirmativa y obsequiaron a don Carlos la casa pagada con dinero del pueblo. ¿Peculado? Puede ser. ¿Chingadera? Sin duda.
Así empezó la historia de Casa Puebla, la propiedad que años más tarde el propio Betancourt decidió vendérsela al gobierno estatal, entonces encabezado por Alfredo Toxqui Fernández de Lara. ¿Cuánto? Lo suficiente como para construir varias casotas de muñecas y durante décadas pagar su mantenimiento. Don Alfredo le construyó el Anexo (otra casa más pequeña) para en él recibir a los visitantes distinguidos, el patilludo José López Portillo entre ellos.
La modernidad
Cuando Guillermo Jiménez Morales se convierte en el inquilino sexenal, logra que el gobierno federal ceda al del estado una parte de la zona histórica para poder ampliar la casa y construir el helipuerto en el jardín. Mariano Piña Olaya la remodela y redecora con algunos cuadros propiedad del INAH de Puebla, organismo entonces manejado por Sabino Yano Bretón, alias el manotas (¿los habrán regresado?). A Manuel Bartlett le corresponde dar al inmueble el toque señorial (Mauricio Romano es el arquitecto), quizás porque estaba pensando en la Presidencia de la República. Melquiades Morales Flores no cambia gran cosa. Y Mario Marín Torres construye el campito de fútbol para hacer del suyo un gobierno de la patada.
Si los muros de la residencia oficial tuvieran voz, ya sabríamos con detalle algunas de las anécdotas; por ejemplo: quién fue el que más juegos ganó en la mesa de billar donde los miembros del gabinete se rifaban la “posesión” de alguna o de varias de las damas edecanes… Cuánto dinero le llevó al gobernador el principal recaudador del efectivo recolectado en las cajas chicas de las dependencias oficiales… Cuál fue el mandatario que recibía a sus novias de cuya presencia y favores, obvio, no debía enterarse la primera dama... Dónde se guardaban las “botellitas de coñac” enviadas por los cuates del mandatario en funciones de garañón… Cómo, cuándo y por qué una de las “gobernadoras” hizo el intento de abandonar Casa Puebla: la señora dijo a su esposo gritándole asustada por la explosión del transformador que supuso un atentado: “¡Larguémonos de este pinche pueblo; aquí nadie nos quiere!”… Bajo qué añoso árbol se colocó el cadáver de un jefe de ayudantes asesinado por otro jefe de ayudantes… Cuántas bacanales organizaron los junior del gobierno amparándose en la discreción de la ayudantía del gobernador… En fin, si las paredes hablaran.
La moraleja
Dije arriba “horrorosas rejas”. Lo hice valiéndome de la libertad que consagra nuestra Constitución; la misma que motiva a los vecinos de la zona de los Fuertes para protestar por la intentona oficial consistente de cercar Casa Puebla; la propia que harán valer los peregrinos de Semana Santa que desde hace décadas se han instalado en el área con la intención de recordar sus tradiciones religiosas; la que me permite hacer el recuento que acaba de leer cuya intención es alertar y recordar al gobernante poblano que buena, regular o mala, él mismo está escribiendo su historia sexenal para que nosotros, los periodistas y uno que otro cronista, las rescate y publique como anécdota o reclamo. Y esto me lleva a concluir con la siguiente moraleja, mensaje, parábola o metáfora, lo que mejor cuadre al lector y al mandatario:
Los aplausos de hoy, en el mejor de los casos, mañana serán nalgadas.
Twitter: @replicaalex