Por Alejandro C. Manjarrez
El resentimiento o encono forma parte del lado malo de cualquier político. Aquel que adopta al odio como parte de su personalidad, en automático queda expuesto al abucheo de la sociedad, expresión de repudio que tarde que temprano lo aplastará. Para poner un ejemplo reciente hablemos de Mario Marín Torres y de la herencia que dejó, legado que en apariencia y para bien ha querido superar el actual mandatario.
Marín llegó al poder con una enorme carga de animosidad hacia quienes no eran como él. Hablo de una reacción parecida a la de las ratas que rechazan a ejemplares de su misma especie si éstos huelen diferente o hacen cosas distintas a las costumbres del grupo. Digamos que siguió el borrador apuntado y que por ello se rodeó de sus amigos y éstos a su vez de personas afines para crear lo que conocimos como “burbuja marinista”.
Con esas actitudes y el poder en las manos, los marinistas concitaron el rechazo de distintos grupos sociales y políticos, segmento que se sintió agredido por las emociones negativas (odio, maldad, venganza, hostilidad, envidia) que cual fardo cargaba el entonces gobernador. Y lo peor para su prestigio: el síndrome rata (por las costumbres no así porque el sustantivo sea sinónimo de ladrón) fue trasmitido a la estructura política del entonces partido en el poder. De ahí la cerrazón que encontraron los priistas distintos o en las antípodas al líder, digamos que natural, diferencia producto de la cultura y las costumbres sociales.
Las ratas, su ejemplo
El PRI se convirtió así en una “alcantarilla” donde la organización tuvo como eje el compartir, gustos, olores, costumbres y actitudes (odio, maldad, rencilla, venganza, hostilidad, envidia). Esto produjo una reacción de rechazo que igual podría estar basada en el encono o el deseo de desquite, mismo que en su primera parte ocurrió durante el proceso electoral que dio el triunfo contundente a Rafael Moreno Valle.
Vino el cambio o alternancia y renació la esperanza en los priistas que habían sido marginados por ser diferentes. Esperaron y se desesperaron cuando la “alcantarilla” (es metáfora no comparación, que conste) permaneció bajo el dominio de los pares o clones del líder que siguió siéndolo a través de su descendencia o compromisos políticos. Esa desesperación fue oportunamente aprovechada por el poder morenovallista para remozar el escenario (cerrar las compuertas a la “alcantarilla”) valiéndose de los actores y estrellas que habían sido rechazados por oler diferente, tener distintas costumbres y actuar en el exterior sin temor a que los vieran. Fue entonces cuando operó un esquema parecido al harvariano de Robert Rosenthal, mismo que se basa en el manejo de las “ratas genio, ratas promedio y ratas torpes”. La “ciencia” al servicio de la política pues. La actitud de los conductores políticos como base para diferenciar los resultados en cada segmento.
Los que se negaron a oler a rata
Una vez comprobado que en el PRI prevalecían las costumbres enumeradas en los párrafos anteriores, se salieron de esa “alcantarilla” varios de los priistas que fueron marginados, obstruidos o menospreciados por quienes habían impulsado a sus congéneres, no por su capacidad de convocatoria sino por la similitud en el olor, color y costumbres. Se rebelaron los marginados para optar por otros membretes partidistas, circunstancia que podría provocar un caos electoral al partido que acaba de recibir Fernando Morales Martínez.
Si los priistas buscaran un culpable de su derrota en la elección pasada y puede ser que hasta en la próxima, éste sería sin duda Mario Marín Torres. La razón: el ex gobernador llegó al poder con una carga psicológica que se centró en el resentimiento social derivándose en la necesidad de superar los parámetros del enriquecimiento con tal de ser “mejor” y más “grande” que sus paradigmas.
Bueno, eso es materia a tratar por los especialistas en la técnica freudiana y/o jurídica. Lo más interesante está por venir: si aparece otro tipo de resentimiento, odio, encono, paranoia o venganza, o si la magia del poder logra frenar la inercia que impulsó precisamente el desquite contra los que dejaron en Puebla una estela de resabios. Esto último es lo deseable para que, en vez de andar buscando quiénes se la pagan, el mandatario poblano opte por la actitud que, según Rosenthal, el del experimento con las ratas genio, promedio o torpes, es el lenguaje universal, el idioma del liderazgo sin complejos ni resabios, el que huele bien porque no apesta.
Twitter: @replicaalex