Alejandro C. Manjarrez
Con esto de los espionajes telefónicos y los hackers y los espías y los trolls que cobran en las nóminas oficiales, uno se pregunta: ¿¡Y!?
Josefina Vázquez Mota, Mario Marín Torres, Kamel Nacif, Emilio Gamboa Patrón y los demás personajes que han sido espiados, van a pasar a la historia como los cándidos del siglo debido a que se sintieron dueños del mundo de los vivos, y se equivocaron. Esto porque para empezar ignoraban que el “Gran Hermano” nutre de información al “Ministerio de la Verdad”, cuyo trabajo es saber todo para que la camarilla gobernante controle el futuro reescribiendo el pasado con el fin de dominar el presente y construir lo que viene. Más o menos es lo que nos dice George Orwell en su novela 1984.
El ¿¡Y!? enfático del primer párrafo se debe a que nadie debe pasar por alto que para el Estado el espionaje político y la irrupción –discreta o no– en la vida privada de los ciudadanos, es la parte medular del esquema de gobernanza o gobernabilidad basado en mantener la paz valiéndose de la “información preventiva”. Pero como los gobernados ya sabemos por dónde masca la iguana, nuestras respuestas suelen estar basadas en la chunga siempre y cuando lo indagado no pase de ser un divertido chisme. Si en vez de retozar se presenta una queja-denuncia, es porque la información obtenida por los espías resultó comprometedora para el espiado o la espiada, como es el caso de Josefina Vázquez Mota. Lo curioso de ese tipo de acciones está en que van de la mano con el morbo que despierta la posibilidad de saber quiénes fueron los “orejas” y cuáles son o cómo operaron los “pájaros en el alambre”. En la mayoría de las veces ese tipo de delitos se convierte en deleite si semejante fisgoneo pasa a ser un hecho divertido y en consecuencia perjudicial para el “Gran Hermano”.
Los hijos… desobedientes
Durante décadas los periodistas hemos sido uno de los principales objetivos para los espías cibernéticos u orejas tradicionales o chismosos asalariados. Esto porque los miembros de la estructura política del gobierno y obvio el gobernante en funciones, necesitan saber qué datos o qué información tenemos columnistas o reporteros, y quiénes nos proporcionan esos datos a veces confidenciales. La paradoja surge porque antes de que el agente termine de redactar su informe (si es que tuvo éxito en alguna de sus pesquisas), la noticia o primicia ya salió publicada debido a la inmediatez que permiten las redes sociales. Claro que hay excepciones que no se platican ni comentan y se mantienen en reserva hasta que aparecen en un periódico o una revista. Me refiero a casos escabrosos como –por citar dos ejemplos– el de Eliot Spitzer, gobernador de Nueva York, el cliente número nueve del Emperor's Club VIP, quien contrató a la prostituta Ashley Youmans, mejor conocida como Ashley Alexandra Dupré; o el de Bill Clinton cuyo affaire con Mónica Lewinsky puso de rodillas al sistema político estadounidense.
Pero no se enoje, diviértase
El contrasentido más encantador lo provoca el propio gobierno cuando su personal filtra grabaciones comprometedoras o incluso documentos confidenciales. De repente un “garganta profunda” –como el del escándalo Watergate– hace entrega o deja por ahí algún paquete o sobre con datos, voces, confidencias o revelaciones inconvenientes. La intención: destrozar la imagen o cuando menos vulnerar el prestigio del personaje involucrado con el delito, la corrupción, la traición, el escándalo sexual o bisexual, o la prebenda concesionada al amigo o amiga íntima del gobernante, entre otras corruptelas.
En Puebla, como en Nueva York, también se dan las infidencias y las filtraciones. En el primer caso gracias al desempleo que ocasionó el cambio de gobierno así como a la merma en las prestaciones de los burócratas de medio pelo para arriba. Y respecto a los datos duros producto de filtraciones, el lector sabe o se imagina que provienen del aparato federal que, por aquello de las dudas electorales, ha puesto especial cuidado en la vigilancia política, quizás porque duda de la lealtad de algunos funcionarios públicos estatales, los que privilegian otros proyectos en contra del que encabeza Felipe Calderón, tema que por escabroso e interesante habrá que seguir documentando.
Esto es pues lo que los clásicos llaman “políticamente incorrecto”. Existe el pecado. Ahí está. La misma Josefina Vázquez Mota lo ha padecido. Lo peor para ella y para su equipo es que la panista siguiera metida en esos dimes y diretes porque su ex jefe, o sea Felipe Calderón, decida no ayudarla a pesar de que el destino de ambos dependa de que el PAN conserve la Presidencia. Y aquí es donde las estructuras electorales (como la de Puebla) adquieren relevancia.
¿¡Y!?
Twitter: @replicaalex