Los padrinos de Jorge Aguilar Chedraui
Por
Alejandro C. Manjarrez
El
sábado en la tarde sonó mi teléfono varias veces. Al contestarlo escuché un
mensaje curioso, por no decir ilegal. La voz del empleado del que supongo un call center, me invitó a conocer a Jorge
Aguilar Chedraui: el tono del recadito ponderaba a Jorge como si fuese el pilar
y creador del Seguro Popular. Las tres llamadas llegaron una tras otra en cosa
de sesenta segundos.
¿Conocer
a Jorge Aguilar Chedraui?, me pregunté. Y en seguida me respondí: y quién no lo
conoce después de que tipo ha hecho las veces de ajonjolí de todos los moles: que
la decena de espectaculares; que la revista Líder;
que las entrevistas en distintos medios; que la lluvia de boletines
reproducidos por varios periódicos y espacios de comunicación; que las
constantes apariciones en la pantalla de cristal acompañando a Rafa y a la
esposa de éste. Ya no digo que hasta los perros lo conocen porque entonces sí
que exageraría.
Lo
que tal vez ignoren los destinatarios de esas miles de llamadas —que por cierto
cuestan una buena lana— es que Jorge goza de la confianza del gobernador de
Puebla. Y no de ayer sino desde que el primero fungió como secretario
particular del segundo, a la sazón titular de la Secretaría de Finanzas y
Desarrollo Social. Ahí, en ese cargo, empezó a ser calado por su jefe ya que
Aguilar aguantó desde regaños hasta una que otra las agresiones verbales que
suelen escucharse en las oficinas públicas, donde trabajan los burócratas responsables,
eficientes y exigentes al extremo (perdone usted el eufemismo).
Gracias
pues a esa cachaza que rivalizó con su lealtad, el hoy secretario de Salud, en
esos días director de Presupuesto, pudo librar la orden de cese espetada por el
gobernador Melquiades Morales Flores. Éste había montado en cólera cuando El Sol de Puebla publicó las
consecuencias del affaire protagonizado por nuestro personaje. Fue
simple la estrategia para salvarlo del anatema melquiadista: sus jefes lo
ocultaron entre los miles de nombres y cargos de la nómina gubernamental, hasta
que Rafael Moreno Valle logró que el comprensivo Melquiades lo absolviera de su
“pecado”.
La
malvada prensa de entonces se encargó de promocionar lo que los periodistas
consideraron una buena nota. Incluso hubo quien le agregó algún tema cuyas
consecuencias rebasaban nuestras fronteras (Europa). Sin embargo, al final de
cuentas casi todo se aclaró y el buen Aguilar Chedraui siguió su trayecto en la
administración pública, siempre apoyado por su amigo Rafa y de paso por el
manto protector de doña Elba Esther Gordillo Morales (léase Miguel Ángel Yúnez).
Una
de las sentencias del controvertido y talentoso Óscar Wilde dice: “Que hablen
de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”. Y en efecto, aquella
cascada de palabras críticas produjo la humedad que le dio a Jorge varios de
los frutos del poder morenovallista, incluido el cargo de secretario de Salud.
De ahí que alguna vez me atreviera a compartir con un grupo de médicos en
funciones de legisladores, galenos que se preguntaban azorados si en Puebla no
había doctores en medicina capaces como para ocupar tal cargo, que Aguilar
Chedraui se había doctorado en Lealtad, actitud basada –diría Shakespeare– en
la tranquilidad del corazón.
Con
esa tranquilidad auspiciada por el afecto y reconocimiento de su paradigma, el
mandatario estatal, Jorge echó a volar la imaginación y ya se ve despachando
como presidente municipal de Puebla. E igual que lo hizo al tomar posesión en
la Secretaría de Salud, podría operar su nueva cacería de brujas. El objetivo
aparente: Eduardo Rivera Pérez, cuya decisión para decretar la sana distancia
con el titular del poder Ejecutivo, le ganó un gran tache en la lista de taches
del Señor Gobernador. Ése es el tema que hay detrás de la manga ancha
autorizada para ser ajonjolí de todos los moles.
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