Imagen tomada de http://bit.ly/QVjbYn
Para
Manola Álvarez Sepúlveda,
priista
desde antes de nacer
Por
Alejandro C. Manjarrez
Falta
poco para conocer si Fernando Morales Martínez deja el PRI poblano o si es
relevado con la idea de que esa organización política se fortalezca y renueve.
Esto último lo más probable si partimos de las condiciones en que lo dejaron
los marinistas, algo que sin duda preocupa a la nueva dirigencia nacional cuya
misión es legitimar a Enrique Peña Nieto, empezando por regenerar al tricolor,
el partido que lo postuló, ejercicio que ocurrirá a nivel nacional y desde
luego en Puebla.
Qué
diablos pasó con el Institucional de cuyas filas surgieron desde Manuel
Bartlett hasta Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo
Ebrard, Manuel Camacho Solís, Dante Delgado Rannauro, Jorge González Torres y
otros destacados políticos que hoy militan e incluso fundaron sus propios
partidos…
Primero
fue la corrupción política. Después la práctica antidemocrática. Enseguida el
reparto del poder entre las camarillas que se corrompieron al grado de llevarse
hasta el mecate. Y por último la traición a la ideología y en consecuencia a
los militantes que creyeron en los principios de su instituto político
incluidos, por qué no, el de la equidad de género y el reconocimiento a la
militancia y vocación social de sus afiliados.
Esas
son algunas respuestas. Hay más pero para detallarlas se requiere de algo
parecido a un ensayo que no cabe en este espacio. Así que hoy me centro en lo
que ocurrió con el PRI poblano que, creo, de los estatales es el que
políticamente se encuentra en peores condiciones y, por si fuera poco,
desprestigiado. Cuando menos eso dicen varios de los colaboradores del próximo
presidente de México, entre ellos algunos poblanos y poblanas que desde hace
rato se quejan del deterioro de su cuna y otrora plataforma de lanzamiento
político. En esta lista podrían estar –especulo– Adela Cerezo, Jorge Estefan
Chidiac, Germán Sierra Sánchez, Jaime Alcántara Silva, Alberto Jiménez Merino,
Blanca Alcalá Ruiz, Jorge Juraidini y otros más que no cayeron bajo el influjo
y seducción del gobernador Rafael Moreno Valle.
El dedo sobre la llaga
Las
diferentes versiones sobre la debacle ocurrida cuando el PRI perdió el poder
Ejecutivo del estado de Puebla, coinciden en que el Precioso lo llevó a la derrota por dos rutas, una casual y la otra
preconcebida; a saber: el desprestigio de su gobierno y los tratos que hizo con
el PAN entonces dirigido por Manuel
Espino, compromiso después validado con Rafael Moreno Valle Rosas. Su meta:
lograr el retiro millonario, gozoso, tranquilo y con patente de impunidad.
De
haber concretado el Revolucionario Institucional la misión de ser el partido
político impulsor de la democracia (recordemos sus iniciativas para integrar a
las minorías políticas al Congreso de la Unión), además de buscador de talentos
y soluciones sociales de acuerdo con su plan de acción, no se habría convertido
en una oficialía de partes que, como consta a todos los políticos, tuvo
momentos luminosos sí, pero enturbiados por las costumbres que encajan en lo
que dijo Bernard Mandeville (La fábula de
las abejas): “Los vicios privados hacen la prosperidad pública”.
Y
vaya que hubo vicios privados que produjeron cuantiosas fortunas.
Por
ello y otras razones, el PRI de Puebla
representó su propia y moderna versión de la metamorfosis kafkiana: se
transformó en una cosa con la panza abombada, llena de patas y protuberancias;
presencia que asustó a propios y extraños; conversión que produjo la felicidad
de Acción Nacional, partido que, obvio, aprovechó la oportunidad para presentarse
ante la sociedad como la única alternativa ajena a la corrupción pública en
todas sus manifestaciones. Y se lo creyeron gracias a la rémora que, por
ejemplo, produjo el salinato con todo y los crímenes de Luis Donaldo Colosio,
Francisco Ruiz Massieu y el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Lo
curioso es que esta nueva oportunidad para el PRI
se basa, precisamente, en la corrupción pública, pero ahora la del
gobierno de Felipe Calderón, cuya estructura (en especial la de seguridad) se
echó a cuestas el lastre de los 80 mil crímenes sin resolver, además del peso
público que le produjo la acción de varios de sus políticos que concluirán tan
millonarios como en su época lo hicieron los priistas.
En
fin, son dos los retos políticos urgentes para el poder que viene. Uno es
recuperar la credibilidad perdida en el tráfago de la corrupción. Y el otro
hacer de su partido una caja de cristal donde no quepan los tartufos ni los
mediocres que se esconden detrás de la concertación con aquellos que renuncian
a su ideología para acogerse al pragmatismo que los hizo políticos variopintos.
acmanjarrez@hotmail.com
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