Por
Alejandro C. Manjarrez
Perdón
por el término del subtítulo, pero encaja perfecto con el estilo de gobierno
que impuso Rafael Moreno Valle Rosas para, tal vez, romper lo que él pudo haber
visto como el estereotipo rústico de la provincia mexicana. De ahí su interés
por maquillar a la capital y vestir al estado con una obra pública
moderna, cara, eficiente, digna y vanguardista aunque contrastante con la
pobreza que ubicó a la entidad en una lamentable posición estadística.
Ese
empeño rebasó las expectativas de los sorprendidos gobernados y sacó de su modorra
a los celosos vigilantes de nuestro patrimonio histórico. Unos asombrados por
la rapidez y urgencia por construir lo que habría de servir como símbolo
arquitectónico de los 150 años de la Batalla de Puebla. Y los otros indignados
debido a que nunca fueron consultados ni tomadas en cuenta sus opiniones a
priori y posteriori, dictámenes relativos a la conservación de la herencia
histórica que, entre otros galardones, dio a Puebla el título de Patrimonio
Cultural de la Humanidad. El choque frontal del poder concentrado contra la
opinión pública que se opuso a ser manipulada.
La
prensa también formó parte de esos desacuerdos o contradicciones. Primero
porque al gobernante le resultó rústica, pueblerina y por ende estorbosa,
rebasada e inservible: no encajó con su “alto perfil” político y social. Y
segundo debido a que consideró incómoda y molesta su apertura y la libertad
para actuar así como las referencias que, en un par de casos, representaron el
exceso que raya en la ofensa personal. Diría cualquier político curtido en esos
menesteres: Moreno Valle demostró que tiene la piel delgada, sensible. Lo peor
es que haya supuesto que la prensa era su enemiga, circunstancia que a él lo
motivó para declararle la guerra; bueno sólo al 90 por ciento de los periodistas
cuya pluma y medios le resultaron fastidiosos.
Esa
fue la lectura que hizo la mayoría de los trabajadores de los medios de
comunicación escrita y algunos electrónicos cuyos propietarios aceptaron
limitar la libertad de expresión de sus comunicadores y periodistas, condición
sine qua non para firmar los llamados convenios de publicidad.
A vuelo de pájaro
En
su intento para combatir el denuesto en contra de Rafael, su grupo formó un
equipo contestatario en las redes sociales. Actuaron como guerrilleros cibernéticos
o terroristas informáticos. Con ese estilo respondieron columnas, comentarios y
criterios. No despreciaron los epítetos y descalificaciones, algunas de esas
expresiones rayanas en el analfabetismo funcional. Defendieron a su entonces candidato
de otros epítetos y descalificaciones de la misma factura. Actuaron como la
cuña del mismo palo. Su trabajo les mereció un buen premio burocrático.
Ese
tipo de acciones electorales debieron acabarse junto con la campaña. Pero no
fue así ya que la inercia las mantuvo vigentes aunque con menos intensidad. Prevaleció
el estilo para responder a los críticos de su líder a través de las redes
sociales, lo cual tensó aún más la relación prensa-gobierno. Y las notas de la
prensa local libre empezaron a humedecer los cimientos del enorme muro
mediático nacional porque sirvieron de referencia u orientación.
Pincelada gruesa
Uno
de los editores de la prensa poblana vendió al gobernador Moreno Valle la idea
de que se rasgaría las vestiduras para defenderlo, incluso censurando a sus
columnistas. Tal vez hizo uso del lápiz rojo con el objetivo de subrayar palabras o frases para, una vez
armados los textos, con ellos justificar sus decisiones contra la libertad de
expresión. Dio resultado la treta y su periódico se transformó en el boletín
oficial.
A
esa entrega de criterios agrego y recuerdo otro hecho importante: siendo
candidato, Rafael había leído y emocionalmente sufrido los ataques en su
contra, prácticamente de toda la prensa local que por aquellos días servía a
los intereses políticos de Mario Marín y su “delfín” Javier López Zavala. Es
obvio que le molestaron y que fueron tomadas como si fuese el estiércol que
abonó el terreno donde meses más tarde, ya como gobernador, sembraría la
iniciativa que —como otras enviadas
por él— su Congreso local aprobó ipso
facto. La llamaron “rafamordaza”, ley que desapareció del Código Penal los
delitos de difamación y calumnia para modificar el daño moral que establece el
Código Civil de Puebla: se aumentó al doble la pena patrimonial pero la
modificación resultó como el “petate del muerto”; es decir, en los primeros dos
años del gobierno morenovallista no hubo demandas que lamentar aunque sí un
cúmulo de cartas aclaratorias.
Un grafitazo
De
cualquier manera el ambiente de la primera tercera parte del gobierno produjo
el tufo de la venganza contra la prensa escrita cuyos efectos —argumentaron los encargados de la
comunicación gubernamental— no impactan
en nuestra sociedad donde casi nadie lee.
Excepto
El Sol de Puebla y Síntesis, este último diario afín al
proyecto político del gobernador, el resto de los periódicos entró en un
proceso de crisis administrativa-financiera, fenómeno que en el mejor de los
casos los obligó a reducir personal. Otros dejaron de circular porque su
economía estaba basada en los convenios de publicidad. Y hubo dos que tres cuya
infraestructura les permitió compensar los ingresos perdidos mediante la oferta
del uso de sus máquinas de impresión.
Brochazo gordo
Eso
de que casi nadie lee parecía la verdad absoluta hasta que aparecieron los
teléfonos inteligentes y las computadoras portátiles. Como ya se ha dicho, la
prensa escrita orienta la información que se difunde en los medios
electrónicos, en especial las columnas que, lo dijo Manuel Bartlett, suelen
mostrar lo que el gobierno muchas veces ignora.
En
ese criterio de que pocos leen se basa la política de comunicación social de
muchos gobiernos. Es obvio que aún no asimilan las consecuencias del fenómeno
producto de las redes sociales que, para compensar el alejamiento de los
lectores consuetudinarios, ahora difunden lo que publican los periódicos de
papel y electrónicos. En otras palabras: cambió el esquema y la prensa escrita
volvió por sus fueros a pesar de que actualmente los periódicos y revistas
circulen menos que antaño. Y aquí cabe el ejemplo que convoca a comparar lo que
pasaba en Estados Unidos hace poco más de una década y cruzar esos antecedentes
con lo que también ocurría en el México finisecular.
En 1999 William F. Arens (Publicidad, Ed. Mc. Graw
Hill) publicó los siguientes datos: Estados Unidos tenía 114.7 millones de
adultos que leían el periódico el fin de semana, de los cuales dos de cada tres
lo hacían diariamente. Casi el 60 por ciento de los lectores adultos leían todas
las páginas, mientras el 95 por ciento lo hacía con las secciones de noticias
generales. Entonces circulaban 60 millones de ejemplares con un promedio de 2.1
lectores por ejemplar. En 1997 hubo 1 520 periódicos en la Unión americana, con
una circulación total de 59.8 millones de ejemplares. Ese año se registró una
circulación combinada de semanarios y diarios de alrededor de 105 millones de
ejemplares. Y el volumen de publicidad creció 5.7 por ciento en 1996 gracias a
las ventas totales que sumaron 38 mil millones de dólares, dinero que en un 88
por ciento fue facturado a los anunciantes estadunidenses.
En
nuestro país es difícil obtener datos precisos equiparables a los registros que
existen en el vecino del norte. Empero, si acudimos al Instituto Verificador de
Medios podremos suponer (la duda existe debido a los datos inflados de muchos
periódicos y revistas) que en el culmen de la circulación nacional hubo días
que se imprimieron unos 3 millones de ejemplares de chile de dulce y de manteca
y otro tanto de revistas semanarias, quincenales y mensuales (TV y Novelas, Teleguía, Vanidades, Muy
interesante, Contenido, Selecciones, etc.). La suma de estas dos
posibilidades apenas llega al 10 por ciento de la circulación de medios
escritos publicados en la tierra del Tío Sam.
Lo
interesante de esos números y cifras está en que siguen más o menos igual y
puede ser que hasta mejor si consideramos el funcionamiento comercial así como
la oferta y el consumo noticioso que ocurre en las redes sociales, cifras difíciles
de obtener y comprobar debido a que no hay registros precisos. Sin embargo,
gracias al fácil acceso e inmediatez que proporciona la “gran nube”, no resulta
arriesgado afirmar que México elevó su número de lectores interesados en las
noticias que, insisto, inicialmente se producen en la prensa escrita y en los
medios que cuentan con su página web.
Todo
ello me lleva a afirmar que en estos tiempos es una gran burrada menospreciar a
los periodistas sin micrófono o ajenos a la pantalla de cristal. Sólo hay que
ver lo que dicen o leen esos comunicadores electrónicos para confirmar que la
mayoría repite, refritea o analiza lo
publicado por la prensa horas antes o incluso el día anterior. De ahí que la
imagen de Rafael Moreno Valle Rosas haya sufrido algún deterioro no obstante
haber inventado, impulsado y contratado medios afines, además de su intenso
manejo comercial en las televisoras con señal nacional. Parafraseando al otrora
famoso Ratón Macías, ese deterioro se lo debe a su política de comunicación,
espacio en el cual no caben los periódicos y páginas web que se atrevieron a
ser veraces y en consecuencia a criticar aquello que recuerda la época del
despotismo ilustrado.
La magia de las letras
Los
140 caracteres de cada mensaje en Twitter y los 14 mil o más que pueden
insertarse en Facebook, permiten la libre expresión sin taxativas ni controles.
Supera la barrera que Arcadi Espada plantea cuando dice que el poder maneja al
periodismo para controlar a la sociedad. Por cierto una sociedad cada día más
interesada y participativa en los temas que involucran a sus autoridades y
también al periodismo al cual ahora vigila con sentido crítico y con frecuencia
denunciante. Según parece, se acabó el método burdo para lisonjear al político
que paga por ello. E igual encontró su acta de defunción la costumbre de usar
el poder y el dinero del pueblo para censurar a la prensa y sus representantes.
Lo único que podría sobrevivir es la autocensura pero con un enorme riesgo:
quedarse callado para siempre por haber perdido credibilidad.
Vaya
problema para gobernantes y periodistas.
*Este texto forma parte del libro La Puebla variopinta próximo a publicarse, obra de la cual soy el
autor.
Twitter:
@replicaale