Por
Alejandro C. Manjarrez
El aplauso a los políticos es una
manifestación prácticamente prohibida en los periodistas críticos.
Se trata de una regla que no existe en los manuales o códigos de ética
periodística. Sin embargo, algunos la “rompen” cuando la acción del gobernante,
líder o legislador va más allá del simple cumplimiento del deber. Quite el
lector de esta digamos que excepción (que debe ser sensata y coherente) a quienes
se ganan la vida e incluso que se han
hecho millonarios valiéndose precisamente del elogio burdo, desmedido y
constante, cebollazos que sólo se
los creé el destinatario y con frecuencia promotor financiero de su propia
alabanza.
Sobran
los ejemplos.
Dándole
vueltas a la memoria encuentro algunos
gobernadores que por su trabajo y actitud personal se ganaron uno o dos
aplausos. Por ejemplo: Alfredo
Toxqui Fernández de Lara y Manuel Bartlett Díaz. El primero sin regateo ni
revire compensatorio (crítica), ya que el tipo se conservó con los pies en la
tierra y nunca escondió la cara. Y el
segundo con ciertos reproches, más que justificados.
Otro
gobernante merecedor de la adulación fue Melquiades
Morales Flores, tanto por su estilo populachero que nunca lo separó de la
gente (imitó a Toxqui), como por su entusiasmo y deseo de trascender a la
historia como uno de los mejores mandatarios de Puebla. Esto último le falló (y
feo) debido a que varios de sus amigotes
usaron su influencia para hacerse millonarios. Diría alguno de sus
compadres y paisanos de Chalchicomula (tiene cientos): Melquiades borró con la cola lo que había dicho con la boca.
En
este arbitrario balance no entran ni
Mariano Piña Olaya ni Mario Marín Torres, por las razones que el lector bien conoce, pruebas a las cuales el
columnista agrega: Mariano dejó los negocios del gobierno y también la
gobernanza (que pesado vocablo) a su amigo y asesor Alberto Jiménez Morales, quien –como ya lo he escrito– se despachó con
el cucharón. Y Mario manejó el poder y la administración pública acompañado
de sus cuates, cómplices o socios. Antes de este par de mandatarios, estuvo al
frente del Ejecutivo, Guillermo Jiménez Morales, un político cuya ortodoxia lo
mantuvo arraigado a los tiempos del PRI hegemónico, autoritario y anecdótico.
Rafael Moreno Valle
Según
mi apreciación, el actual gobernador ha
roto la tradición política que
durante décadas navegó en las aguas del populismo y la futilidad. En primer lugar
porque se mostró selectivo y excluyente,
circunstancias que lo alejaron de las masas y de la oratoria tradicional que
acaricia el ego de aquellos que representan a los poderes fácticos. En segundo término
debido a que se auto impuso la condición
de convertir a Puebla, en la entidad más dinámica y de mayor crecimiento
económico, de acuerdo con su particular punto de vista.
Dos
hechos que por novedosos tienen sus asegunes. Uno de ellos: su mala relación con la prensa (fallaron los asesores
y, obvio, su percepción sobre los periodistas y el periodismo local). Otro: la
ejecutividad que no incluye la cortesía (consulta y consenso) con los grupos poblanos cuya opinión había sido
importante hasta antes de su llegada al poder. Uno más: la espectacularidad
de sus acciones, estilo que sacudió a los ciudadanos atrapados por su
indolencia o comodidad. Y el último de
esta entrega: su oído sensible a las lisonjas de aquellos que las emplean
como –dice la Biblia– Josué utilizó a los siete sacerdotes para, con el sonido
de sus trompetas, derrumbar las murallas de Jericó, en el caso de Rafael, las barreras que protegen al sentido común del
elogio mañoso y perverso.
Respecto
al choque con la prensa local, Moreno
Valle nos sorprendió al cambiar la estrategia para, supongo, corregir errores
y actitudes derivadas de los malos consejos. Como este talante forma parte del
manual de buenas costumbres políticas (no se ha escrito pero existe), el acto deberá tomarse como una rectificación
digamos que inteligente y ante lo que viene más que necesaria.
Ahora
bien, con relación a transformar Puebla para hacerla trascender y –diría Manuel
Bartlett– recuperar su grandeza, además del beneficio de la duda creo que el
mandatario se ha ganado un cuidadoso y
moderado aplauso. Señalo dos de las causas:
1. La atracción del complejo
industrial Audi cuyo impacto social y económico es
incontrovertible.
2. La gestión y organización del
Tianguis Turístico que ubicó a Puebla en el escenario
internacional, circunstancia que deberá acercar inversiones y capitales que
habrán de servir como detonadores del desarrollo en todas sus variantes.
Para
alcanzar este par de logros, Moreno Valle Rosas tuvo que impulsar otras acciones que, a pesar de su impacto y
trascendencia, forman parte de las obligaciones del gobernante. No son
motivo de reconocimiento pues. Y menos aún de encomio ya que simplemente cumplió
con el deber que le asignó el pueblo. Para
eso fue electo.
Dirá
el lector suspicaz que detrás de todo lo que ha hecho el gobernador del estado
de Puebla, hay intereses electorales. Y
sí pero de ello hablaremos en otro espacio.
@replicaalex