La
religión mal entendida es una
fiebre
que puede terminar en delirio.
Voltaire
Por
Alejandro C. Manjarrez
La
gaviota que se paró en la chimenea de la Capilla Sixtina, no era una ave
cualquiera. No. Llevaba el mensaje de miles de navegantes y viajeros muertos en
el mar, entre ellos varios de los jesuitas cuya misión en la tierra debería conducirlos
hacia la santidad. “José Mario Bergoglio será quien salve a la Iglesia”, pudo
haber sido el recadito captado por el subconsciente de los cardenales del Cónclave,
mismos que ignoraban el hecho a pesar de que las imágenes del pájaro estaban
siendo vistas por millones de seres humanos.
¿Casualidad,
suerte, señal divina, coincidencia, buenos deseos, magia?
Sólo
Dios lo sabe. El caso es que la estampa del palmípedo sobre el chacuaco dio
cuerda a la imaginación creadora de religiones y fábulas. Una de éstas es la de
la gaviota que porta el espíritu de los marineros desaparecidos en el mar.
La otra mano de Dios
Nos
cuenta Carlos Fuentes (Cinco soles de
México) que cierto periodista preguntó: ¿cuándo empezó México? La pregunta
fue para el grupo de mexicanos donde él participaba. Preocupado por su
respuesta, Carlos pidió el consejo del escritor argentino Martín Caparrós. Éste
le contestó primero con una humorada: “Los mexicanos descienden de los aztecas.
Los argentinos descendimos de los barcos”. Después agregó ya con la seriedad
que exigía el momento: “La verdadera diferencia es que la Argentina tiene un
comienzo, pero México tiene un origen”.
No
obstante esa diferencia, las dos naciones comparten historias que las relacionan.
La migración europea una de ellas. Otra: la influencia española. Y la tercera,
quizá la más importante: la religión católica, creencia cuyo objetivo primario
fue la evangelización del indígena (según los primeros frailes, había que dotar
de alma a esos “seres infelices e idólatras”). El contraste es que allá en la
Argentina predomina la influencia europea, mientras que acá en nuestro terruño
impera la mezcla racial cuyos credos se amalgamaron para fomentar el
sincretismo, o “alma nacional” como lo definió Alfonso Reyes.
El
catolicismo es “incomprensible sin sus máscaras indias”, escribió Fuentes en el
libro de marras. Una de esas “máscaras” es la que surgió de los cruces
imaginarios entre la Gran Tonantzin y María, la madre de Dios, encuentro que,
ni más ni menos, produjo el guadalupanismo o “alma nacional”.
Regreso
a la gaviota:
Una
vez que el pájaro voló y salió el humo blanco por el tubo que apuntaba al
cielo, vimos y escuchamos cantos, gritos, rezos, ruegos, alegría e incluso
hasta el ingenio de quienes todo convierten en chiste, como el que aludió a la
condición de argentino del nuevo Papa: “Debió llamarse Jesús II, che”.
Así,
en poco menos de media hora, la presencia de la gaviota coincidió con el voto
de las eminencias, hombres supuestamente dirigidos por la mano derecha de Dios
(la izquierda ya la había quemado Maradona). El consenso favoreció al cardenal argentino-italiano.
Fue
sin duda un acto de justicia y equilibrio religioso si consideramos el origen
jesuita de quien se hizo llamar Francisco, nombre que adoptó sugestionado por
la vida de Francisco de Asís, el santo que hizo votos de pobreza. Por boca del
propio Papa nos enteramos que la sugerencia fue del cardenal brasileño Hummes:
éste le pidió tener presente a los pobres.
Daños colaterales
No
debemos olvidar que hubo muchos jesuitas perseguidos y asesinados en China,
India y África e incluso en América. Tampoco podemos soslayar que la desgracia
y la incomprensión persiguieron a los miembros del Ejército de Dios: cientos de
ellos murieron en altamar cuando naufragaron los barcos que los transportaban. A
este mal fario hay que agregar la tragedia cultural que también produjo enormes
daños económicos: sin darse cuenta e influido por sus ministros “ilustrados”
que le recomendaron expulsar a la Compañía de Jesús de la Nueva España,
arguyendo causas “gravísimas relativas a la obligación de mantener en
subordinación, tranquilidad y justicia a sus vasallos”, Carlos III propició lo
que primero fue el sentimiento de independencia y después la pérdida de la mitad
del territorio mexicano. La expulsión de los jesuitas había dejado sin control
político la parte norte de México y, en consecuencia, inoculado en los
mexicanos la pasión anti yanqui que el tiempo aderezó con el deseo de recuperar
lo perdido, misión que llevan a cabo nuestros prolíficos migrantes.
Todo
ello me lleva a suponer que el espíritu de miles de sacerdotes muertos y la
energía de millones de mexicanos vivos, se unió al mensaje de la gaviota para —como
ocurrió— lograr que por primera vez en la historia de la Iglesia romana, un
jesuita ocupe el trono de la sede de San Pedro.
La mano de Ratzinger
Dejo
atrás la magia que contagia (cacofonía válida) y pongo los pies en la tierra
para suponer que el ahora Papa Emérito metió su santa cuchara con la intención
de favorecer a Bergoglio. Es probable. Incluso hasta pudo haber inducido el
voto de los cardenales aún influenciados por su ex papado (quite al mexicano
Norberto Rivera). Tal vez hasta pensó en que José Mario sería el único Obispo
capaz de limpiar la casa de Dios.
El
ex Papa sabe que el argentino mira a los niños, no como objetos para saciar los
bajos instintos pederastas, sino como los seres impulsores en potencia de la
tradición católica que así como enseña también moldea los cerebros tiernos hasta
convertirlos en promotores de la fe y, ahora, quizás, en miembros activos o
adherentes del Ejército de Dios. Igualmente conoce y le consta la austeridad
con que vivía el hoy vicario de Cristo, modestia que podría hacer las veces del
escudo que lo proteja de la corrupción imperante en el Vaticano.
Como
buen teólogo y filósofo, Joseph Ratzinger
debe
haber concebido la estrategia para desarticular la red de poder que a él lo mantuvo
atado de manos, pies y lengua obligándolo a pensar en alguna estrategia que acabara
con la corrupción en la Santa Sede. De ahí su sorpresiva y bien meditada
renuncia. Y por ello su inteligente inducción para inclinar la balanza hacia el
cardenal argentino (desechar esta posibilidad implica menospreciar la
inteligencia y preparación del hoy Papa Emérito, el mismo que con Juan Pablo II
hizo las veces de eficaz y acertado consejero político y teológico).
Me lo dijo un pajarito
Preguntará
el lector de dónde saco tantas figuraciones. La verdad es que no me resultó
complicado ya que a pesar de los controles, juramentos y amenazas de excomunión
para los cardenales lenguaraces, al final del día trascendieron los
trascendidos (declaro válida la redundancia); es decir, pudo más el
protagonismo personal que la misión pastoral o los dictados del Espíritu Santo.
Además es obvio que la indiscreción fue producto de las decepciones que
atraparon a los cabecillas de grupos ajenos al nuevo Vicario. De igual manera es
incuestionable que la llegada del jesuita al poder, indujo a sus enemigos a “soltar
la sopa” para —sin habérselo propuesto claro— demostrar al mundo que son tan
humanos como cualquier pecador empedernido.
Ya
lo sabe usted pero no está por demás repetirlo:
Lo
anterior salió a la luz pública gracias a que fue revelado por el cardenal
austríaco Christoph Schönborn,
declaración que tamizó con la siguiente frase: “Una de las primeras tareas del papa Francisco,
debería ser acabar con la divulgación
de secretos del Vaticano a la prensa”. Como Christoph estaba en
la lista de los papables, debemos suponer que, tal vez por despecho, el jerarca
se arrogó la condición del pajarito que delata a la parvada. A esto atribuyo la
otra confesión del susodicho cardenal: "Es un escándalo que se pueda leer
lo que pasó en el cónclave palabra por palabra en los medios".
Argentina, México, Roma
Aparte
del orgullo de la nacionalidad y demás coincidencias de carácter intelectual
(como la de Fuentes y Caparrós), entre José Mario Bergoglio y Jorge Luis Borges
existen varios vínculos que los relacionaron en el tiempo debido a sus primeros
encuentros con la religión. Por ejemplo:
Borges
escuchó a su abuela de origen inglés citar de memoria la Biblia, lo cual —como
él mismo se lo dijo a María Esther Vázquez, su biógrafa— le indujo a entrar en
la literatura por el camino del Espíritu Santo. Y Bergoglio ingresó a la
literatura precisamente a través de las lecturas de la obra de Borges.
Otras
concordancias:
Ambos
tuvieron una infancia bilingüe, uno en español e italiano, y el otro en inglés
y español. Los dos enfrentaron a la dictadura con su propio estilo: el hoy Papa
valiéndose de las parábolas religiosas, y el literato criticándola sin piedad intelectual
consciente de que —lo dijo ante un nutrido grupo de escritores— ese tipo de
gobiernos fomentan la opresión, el servilismo, la crueldad y la idiotez.
Traje
a colación a Borges debido a que éste admiró al mexicano Alfonso Reyes, tal y
como lo dejó asentado en las líneas finales de su artículo en la revista Sur (año 1960); a saber:
“…
la memoria de Alfonso Reyes era virtualmente infinita y le permitía el
descubrimiento de secretas y remotas afinidades, como si todo lo escuchado o
leído estuviera presente, en una suerte de mágica eternidad. Esto se advertía,
asimismo, en el diálogo.”
De la gaviota a la lechuza
Las
coincidencias entre México-Argentina me llevan a concluir con la pregunta que
se hacen los mexicanos agraviados por la omisión o la complicidad en los
delitos de pederastia:
¿Francisco,
el Papa, castigará al cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera?
Puede
ser siempre y cuando el jesuita quiera empezar a rescatar el prestigio de la
religión católica.
Ya
veremos si la lechuza se posa en las almenas de la Catedral Metropolitana. Y podremos
comprobar si el poder de la sotana permite al Papa limpiar la casa de Dios,
empezando por la sucursal México.
@replicaalex