Por
Alejandro C. Manjarrez
Algunos
ricos de Puebla lo son por las herencias de sus padres o abuelos. Y un buen
número de éstos lo fueron gracias a que Maximino Ávila Camacho los hizo socios
en distintos giros, en especial el textil.
Abundan
las historias de aquella conveniente relación que en dos que tres casos rebasó
lo comercial para convertirse en personal. “Qué bella esposa tienes”, decía el
gobernante, requiebro que provocaba la desazón del marido afortunado dado que
lo ponía ante una disyuntiva nada agradable: hacerse de la vista gorda con todo
y lo que esto implicaba, u ocultar a la cónyuge con el riesgo de dejarla viuda.
Eran
tiempos difíciles (México estaba en guerra). Pero para Puebla y socios de Maximino,
fueron económicamente productivos, tanto que en esa época se amasaron grandes
fortunas. La de Miguel E. Abed, por ejemplo.
Él,
don Miguel, me comentó con pelos y señas parte de lo que acaba usted de leer.
Incluso fue uno de los que arriesgaron su vida al esconder a la hermosa mujer que
conoció en Líbano e invitó a México. “Engañé al gobernador diciéndole que alguien
se la había robado. Pobrecita, la tuve que meter a su jaula de oro para que
nadie la viera”, dijo con la congoja que produce el haber quitado la libertad a
la mujer que se convirtió en madre de sus hijos, los de la segunda tanda.
Viene
a cuento esta historia porque igual que muchos poblanos yo también me sorprendí
al enterarme de la riqueza personal declarada por Tony Gali Fayad. Recordé y
consulté mis fichas para tratar de encontrar alguna referencia hemerográfica
que permitiera suponer que es heredero de aquellas fortunas. Nada. Sólo me topé
con dos Gali, Miguel Enrique y Rafael, ambos invitados al bautizo del hijo de
Elías David Hanan cuyo padrino fue Maximino Ávila Camacho, precisamente.
Entonces colegí que el hoy candidato de Puebla Unida se hizo millonario gracias
a su esfuerzo personal, suposición que sustento en que este Gali nunca mencionó
haber heredado algo de alguno de sus antepasados. Es más nos dijo que esa
riqueza se la debe a su capacidad de ahorro y trabajo en diferentes áreas y niveles
del gobierno, circunstancia que me induce a compartir con usted la siguiente
reflexión, misma que por cierto fue publicada en este espacio con el subtítulo:
Los números no mienten. Cito:
Hagamos
un cálculo de los primeros diez años de vida productiva del político que a
usted se le ocurra, el que supuestamente promedió 500 mil pesos de ingresos
anuales.
Si
a esa cantidad le restamos gastos familiares, vacaciones, impuestos, colegiaturas,
renta y demás egresos, le quedaría el 20 por ciento, o sea 100 mil pesos. Esto
siempre y cuando el tipo no se hubiese comprado ropa ni auto ni tuviera vicios,
colegiaturas que pagar u otro hogar que mantener. Así, en diez años lograría
ahorrar un millón de pesos. Para los siguientes cinco años duplíquele ingresos,
gastos, ahorro y la suma sería de tres millones de pesos de capital. Si hacemos
lo mismo con el siguiente lustro, nuestro hombre ejemplar acumularía alrededor
de siete millones de pesos, dinero que invertido en perjuicio de la buena vida,
le hubiese permitido ser un político sui géneris (por lo honesto), dueño de un
capital aproximado de diez millones de pesos. Y conste que no compró casa y
menos aún el o los autos lujosos, anhelo de quienes ostentan un cargo público
importante. Démosle el beneficio de la duda y pensemos en que durante años este
burócrata ejemplar vivió en la medianía juarista.
Después
de las líneas que acaba de leer agregué la siguiente invitación:
Si
el lector conoce alguno de estos garbanzos de a libra, compárelo con los
políticos en funciones y verá qué injusta es la vida. A Marín —por referir al mediáticamente
más popular— se le calcula una fortuna de entre mil y cinco mil millones de pesos,
cantidad que posiblemente podrían igualar dos o tres del resto de sus pares,
siempre y cuando, claro, juntaran su riqueza inmobiliaria, accionaria y las
inversiones bursátiles (en México y en el extranjero), de ellos, de sus hijos y
de sus testaferros.
Como
verá usted resulta difícil de cuadrar los capitales que “adornan” la existencia
de los políticos cuyo patrimonio líquido (cuentas de cheques) rebasa con mucho
los diez o quince millones de pesos que durante toda su vida pudieron haber
ahorrado siendo servidores públicos honestos. De ahí que, según mi modesta
apreciación, a Tony le hizo falta ser más específico, como seguramente lo ha
sido con el SAT, dependencia donde trabajó para regodeo de la mayoría de sus
paisanos, en especial los que aprendieron a negociar a tras mano con el fisco.
Bueno, también debió decirle a la comunidad que pretende gobernar, que hizo
negocios con el ayuntamiento de Puebla, tal como lo escribí en mi columna del
20 de mayo de 1993 (El tufo de la Comuna), tema del que me ocuparé en otra
entrega.
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@replicaalex