Por Alejandro C. Manjarrez
Dije en la columna anterior: La mayoría de los aspirantes del PRI a puestos de elección popular, no representan lo que la sociedad espera y merece. Son polvo de aquellos lodos, hechura de los viejos moldes, producto de matrices cuya herrumbre los ha marcado, creo que para siempre. Costumbres en las cuales se nota el mismo discurso cuya construcción contiene el fárrago de antaño.
También escribí que había excepciones que confirmaban la regla, y de alguna manera me comprometí a buscarlas.
Lo hice y créame el lector que no fue muy difícil encontrarlos porque ahí han estado a la vista desde hace seis años, una por su perfil profesional y de género, y los otros por diversas circunstancias ajenas a la marca, el lodo, la matriz o el molde. Empiezo por el más visible:
Enrique Doger Guerrero, hoy diputado local, llegó a la política partidista gracias a que le echó el ojo Melquiades Morales Flores. Siendo gobernador, Melquiades decidió invitarlo para que fuera candidato pensando, quizá, en que su partido necesitaba sangre nueva y con una carga académica que compensara el bajo perfil profesional de los militantes producto de la cultura del esfuerzo. Finalmente lo convenció y Doger aceptó ser priista y candidato a la presidencia municipal, a pesar de la oposición de Mario Marín Torres, a la sazón candidato a gobernador. Imagino que inspirado por Marín, Morales Flores se dijo para sus adentros, para su íntima intimidad, como él lo define: “Me ganaste la postulación a la gubernatura y por ello te dejo un alcalde incómodo para tus pretensiones de poder”.
Y vaya que Enrique resultó incómodo, además de rejego, auténtico, contrastante y respondón, actitudes que le ganaron las simpatías y confianza de los anti marinistas. Se convirtió así en el único militante que le picó la cresta al entonces gobernador cuya soberbia le indujo a menospreciar a la prensa y a las mujeres (ojo Rafa). En el primer caso hubo excepciones, pero respecto a las féminas la misoginia marcó a la tristemente célebre burbuja.
¡Aja!, protestará algún lector pensando en Blanca Alcalá Ruiz. Por si acaso lo caviló me adelanto y respondo: a ella le permitieron ser candidata porque los marinistas estaban seguros de que se perdería la presidencia municipal de la capital, razón por la cual Javier López Zavala declinó el honor de serlo. Pero Blanca les dio la sorpresa y obtuvo un triunfo inobjetable. De ahí que por recomendación, motu proprio, desquite o necesidad, vaya usted a saber, la primera presidenta de Puebla haya decidido mantenerse a prudente distancia del mandatario quien, por cierto, procuró hacerle la vida pesada.
Como observador de su entorno, Alberto Jiménez Merino entendió el juego político y concluyó que debería buscar la diputación como si ésta fuese el temazcal que purifica. Su entonces jefe estuvo de acuerdo y le aceptó que dejara la Secretaría de Desarrollo Rural. Al fin producto del sincretismo y de la religiosidad mixteca y del pragmatismo racial, digamos que filosófico, Alberto se cortó el cordón umbilical que lo había mantenido amarrado al priismo marinista para sin esa cábala poder engarzarse con los grupos nacionales cuya intención es emancipar al campesino. Al mismo tiempo hizo la roncha y llevó al escenario nacional las propuestas de desarrollo y equidad que estaban dispersas o habían quedado empolvadas en los laberintos de la burocracia gubernamental.
Estos tres personajes, dos en la fórmula y otro en la senaduría de partido, podrían ser las cartas del CEN del PRI que por preocupación generacional y estrategia política busca postular candidatos que por no estar desprestigiados ayuden y lleven votos a la causa de Enrique Peña Nieto.
Ni hablar que hay otros priistas que podrían cumplir con la segunda condición, o sea la de “llenar las urnas”. Su problema está en que son considerados parte de la “genética” marinista, precisamente. Y ahora voy al punto:
López Zavala es hijo político del ex gobernador conocido como “El Precioso”, calidad certificada, comprobada y evidenciada. Partiendo de esta figura “familiar”, Alejandro Armenta sería “nieto” de Marín dado que su “padre político” es Zavala. ¿Está mal que ambos aspiren a ser senadores?, preguntará el lector quisquilloso. No, para nada –respondo– a pesar de que los dos perdieron la pasada elección. Supongo que nadie les niega que uno y otro tengan un plus. Esto porque conocen muy bien la red electoral priista, misma que consideran su patrimonio político. Pero tampoco puede soslayarse que hay negativos que les restan puntos a su legítima aspiración; por ejemplo: la posibilidad de que vulneren la imagen de Peña Nieto si la oposición llegara a arremeter contra Mario Marín y sus “candidatos”.
Claro que faltan aspirantes, sobre todo mujeres. Los mencionaré en su momento, cuando al PRI poblano se le quite lo descolorido y empiece a dar color. Uno de ellos, el que todos los partidos quieren conquistar, es Enrique Agüera Ibáñez quien, dicen sus porristas, es harina de otro costal...
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