Por Alejandro C. Manjarrez
En Puebla han ocurrido hechos que obligan a la reflexión compartida; es decir, a tratar de pensar poniéndose en los zapatos de Rafael Moreno Valle Rosas, para después ubicarse en su pequeño o gran universo. Esto con la intención de establecer una llamémosle sinergia donde se maneje la obligación del gobernante y el compromiso de los periodistas.
Es un ejercicio harto complicado en razón de que unos y el otro podríamos estar en las antípodas. No obstante tratemos de entender los nuevos tiempos y partir de ello adivinar o interpretar el complejo o abierto cerebro del mandatario. Pero antes de hacerlo o sugerir alguna fórmula, creo que vale la pena transcribir la definición que sobre la naturaleza del genio hizo Philippe Brenot, psiquiatra, antropólogo y director del Departamento Internacional de Ecología Humana de la Universidad de Burdeos. (El genio y la locura, Ed. B, S.A. 1998).
“Desde la perspectiva del sentido común, el genio tiene unas características propias: es fulgurante, intuitivo y espontáneo –‘el genio en estado salvaje’–, es tranquilo, sereno y perseverante –el genio laborioso–, es, por último, profundamente asocial en el marco de un modo de vida que a menudo confina al aislamiento, a la ascesis, a la marginalidad. Porque, para todos, el genio es un ser curioso, un excéntrico, ¡un loco!”
¿Es o no un genio Rafael Moreno Valle?
Yo creo que sí lo es. Si no lo fuera nunca hubiera llegado a donde está y menos aun se habría convertido en líder de un grupo no exento de genialidades. Lo veo, pues, como una combinación de los tipos de genio que describe Brenot, si consideramos que se ha aislado de la prensa y que es perseverante, espontáneo, asocial, fulgurante y por ello distinto a la generalidad de los políticos.
Es obvio el liderazgo que Moreno Valle ejerce, como también salta a la vista su preponderancia sobre el equipo que le sirve. Y aquí, creo, está el quid del tema que he denominado los desencuentros entre la prensa y el gobierno morenovallista. Ahora trataré de explicarme sin darle vueltas ni usar figuras literarias a pesar del riesgo que significa recibir una ya no tan original carta aclaratoria:
Por lo que ha sucedido en esa relación que apunta a complicarse y ser más que tortuosa, me animo a asegurar que en el entorno del gobernador Moreno Valle, no hay quien se atreva a decirle que la prensa no es tan mala como se la han presentado. O a rebatirle de frente aquello de que si “ganamos la elección con la prensa en contra, ahora menos la necesitamos para gobernar”. O a contradecirlo si acaso usara su dedo cesáreo para sentenciar, a lo que sea, a un medio de comunicación o a un periodista, argumentándole que esa decisión equivale a atentar contra la libertad de expresión. O a hablar bien o ponderar el trabajo y la ética de algún colega que no está en su gracia. O a reconocer la importancia de la memoria que forma la prensa escrita. O a decirle que es necesario considerar a los periodistas como seres inteligentes y preparados, en algunos casos más que los profesionistas egresados de universidades extranjeras (“Lo que natura non da Salamanca non presta”). O a tratar de convencerlo sobre la necesidad de llevar la fiesta en paz con los medios de comunicación escrita. O a explicarle que en la Puebla que gobierna, todos somos iguales y merecemos el mismo respeto que se le prodiga a extranjeros y fuereños. O a mostrarle las críticas contra él y su gobierno publicadas en algunos medios nacionales, como la revista Proceso, por ejemplo (caso e-consulta). O a sugerirle que cambie de política de comunicación dado que ésta ha fallado ostensiblemente. En fin.
Después de ocho meses de tener más escaramuzas que coincidencias, el gobierno poblano tiene que hacer un digamos que examen de conciencia. En el caso del gobernador, usar la figura del esclavo aquel que recitaba al oído del general triunfante montado en su cuadriga para recibir las aclamaciones del pueblo: “¡Oh, César, recuerda que eres mortal!”. Al mismo tiempo habilitar a su “abogado del diablo” y reunir a sus principales colaboradores instruyéndolos para que hablen con la verdad en lo que tendría que ser un ejercicio de autocrítica.
Se me ocurre que esto último –lo de la reunión–, es lo más urgente y que para que tenga éxito tal acción burocrática debería (el gobernador) invitarlos a que durante dos horas digan lo que piensan sin mentiras, sin tapujos y sin miedo. Tendría que hacerlo agregándole la siguiente advertencia-concesión para que se animen y no teman a las represalias: “Nadie perderá el trabajo, ¡eh! Pero cuando terminen de hablar, se echan a correr para que se salven de los celularazos”. Digo…
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