Por Alejandro C. Manjarrez
Después de ocho décadas el PRI no se ha podido liberar de las viejas costumbres. La común: su mansedumbre hacia el poder. Otra igual de lamentable: el amiguismo como método para la carrera política-partidista. Una más, que no es la menos peor: la impunidad vinculante. Y la ominosa por todo lo que representa: la atracción que ejercen los remolinos y las corrientes agitadas por ambiciones personales de militantes que heredaron los vicios y las costumbres que aplastan el ideario político priista, talante opuesto a la mística ideológica que, por ser la esencia de su praxis, ha propiciado el ascenso del PAN.
A todo ello agregue lo que podríamos llamar la gran paradoja; es decir, la contradicción que lo convirtió en un partido de avanzada al impulsar y legislar el cambio de leyes que crearon las diputaciones plurinominales para dar voz y voto a las expresiones entonces minoritarias. El PRI se tardó en seguir la línea de Plutarco Elías Calles, su fundador, quien medio siglo antes de ese gran paso había definido la estrategia con las siguientes palabras que por espacio edito: mientras que en las curules de las cámaras no estén representadas todas las corrientes políticas, la democracia en México no se habrá consolidado.
Y se medio consolidó debido, precisamente, al cambio de, valga la expresión, las reglas del juego político. Lo curioso o también paradójico es que hoy haya en el país, gobernadores del PAN y del PRD que antes de serlo fueron priistas. Igual que en el Congreso de la Unión donde cobran diputados y senadores con ese sello de ex. Son circunstancias que certifican lo que apunto en las primeras líneas de esta entrega.
Como el vicio burocrático, la componenda y la disciplina caciquil siguen vigentes, la oferta actual del PRI contraviene la lógica de los tiempos. Esto porque la mayoría de sus aspirantes a puestos de elección popular, no representan lo que la sociedad espera y merece. Son polvo de aquellos lodos, hechura de los viejos moldes, producto de matrices cuya herrumbre los ha marcado, creo que para siempre. Costumbres en las cuales se nota el mismo discurso cuya construcción contiene el fárrago de antaño.
¿Excepciones? ¡Claro que las hay! Y además, que conste, confirman la regla. Pero todavía no viene al caso mencionarlas.
Lo que sí debe decirse es que fueron moldeadas por gobernadores que, tal vez, entendieron la urgencia de crear opciones sociales, inspiración que los indujo a captar ciudadanos capaces y preparados que pudieran cumplir con las exigencias de los electores tradicionalmente menospreciados.
Puebla es sin duda el digamos que crisol donde se han manifestado esos vicios, abundantes por cierto, y también los pocos aciertos. Manuel Bartlett Díaz fue el “brujo” cuyo cucharón preparó el caldo democrático que entonces benefició a Melquiades Morales Flores. Éste trató de conservar el efecto de la pócima barletiana, y pugnó por formar una nueva generación de políticos, los mismos que enfrentaron a Mario Marín, quien como todos saben desoyó y contravino las lecciones de sus antecesores y maestros para, en algunos casos, domesticar a los políticos que tenían madera obligándolos a inclinar su cerviz.
Contra la lógica de la próxima sucesión, el PRI poblano la tiene difícil porque no cuenta con militantes que ofrezcan al pueblo la certidumbre que obliga el voto por el cambio político. A ello hay que agregar que Rafael Moreno Valle Rosas, el gobernante actual conoce los intríngulis y, obvio, que se valdrá de esas buenas y malas experiencias para garantizarse un trayecto político sin sobresaltos. Por si fuera poco lo apuntado, habrá que aumentar la mansedumbre hacia el poder político que, por ser tradición o usanza, ha prevalecido no obstante la oportunidad que representa un gobierno diferente y antagónico a los principios ideológicos del PRI.
¿Qué hará el PRI ante el gobierno “aliancista” que tiene la sartén por el mango?
Nada memorable si no se quita la brida que le impuso la heterodoxia o malos manejos del dinero público que hizo vulnerables a varios de sus militantes, los mismos que contra toda lógica figuran como las cartas fuertes para recuperar el poder político que representa la mayoría legislativa en el Congreso de la Unión. Todo apunta a que ocurrirá lo que nos cuenta la fábula: hay señales en los montes cuyas trepidaciones anuncian su gran parto. Y que de estas montañas surgirán, literal, los ratones que serán candidatos.
Twitter: @replicaalex