Por Alejandro C. Manjarrez
Lydia Cacho fue sin duda ni exageración algo parecido a una heroína dado que logró que Puebla ingresara a la nueva etapa de la información periodística. A partir de aquel evento legaloide y desafortunado para la escritora, mismo que todos conocemos, el periodismo local se fortaleció a pesar de haberse dividido en dos vertientes; a saber:
a). La tradicional o inamovible, cuyo oficialismo no sólo prevaleció tal cual sino que hasta se hizo más notorio debido a la absurda tendencia pro marinista en exceso. Hubo directores de medios de comunicación que se convirtieron en constructores y proveedores del gobierno marinista. Lo extraño es que a la par de este impulso financiero, crecieron sus medios informativos para crear una interesante paradoja producto del fortalecimiento de periódicos, revistas y programas de radio y televisión. Y
b). No obstante los riesgos naturales surgidos de un gobierno burocráticamente vengativo y políticamente mañoso, la ética se manifestó en algunos periodistas decididos a cumplir con la obligación de informar. Y además hacerlo sin líneas dictadas desde el poder, ni lastres oficialistas negociados.
De ahí que, insisto, agredida por los resabios y el menosprecio oficial se fortaleciera la libertad de prensa, en muchos casos avalada con la directriz académica de las universidades en cuyos planes de estudio se incluye la carrera de Comunicación.
Esta libertad resultó sacudida por el menosprecio o la fobia hacia los periodistas, actitud manifestaba por el entonces gobernador Mario Marín Torres. Dicho estilo se hizo patente en la reconocida e incontrovertible cerrazón para conceder entrevistas y/o participar en ruedas de prensa, así como en la laxitud o valemadrismo que indujo al ex mandatario a poner en práctica un estilo corruptor, digamos que exitoso porque succionó a una buena parte de la clase política, a otra de la empresarial, y a un tercio de los medios de información.
Fue, pues, un sexenio ilustrativo para los políticos profesionales. Y un mandato de grandes lecciones para la sociedad. Se manifestó así lo que no debe hacer un servidor público que se precie de inteligente. De igual manera y sin habérselo propuesto, Marín también impulsó a la libertad de expresión.
Para Ripley
Bueno, pues a pesar de aquellas lecciones nada despreciables para quienes tienen un adarme de inteligencia o la oportunidad de servir al pueblo, el gobierno actual parece empeñado en convertirse en una réplica del marinismo en lo que se refiere a su relación con la prensa dado que hay medios satanizados, la mayoría, y desde luego también privilegiados, los menos. En este último hecho podrían estar Síntesis, Televisa y TV Azteca, no tanto por su libertad o estilo de informar, sino por los beneficios que producen las relaciones personales entre el poder y la prensa, y desde luego los intereses mutuos. Hablamos de un empalme que en nada o poco favorece a la sociedad que espera que lo que se publique y lo que haga el gobierno esté sustentado en la verdad. En el primer caso, que cada una de sus notas y reportajes sobre lo que acontece en Puebla, responda a ese postulado. Y respecto al gobierno, que sus acciones sean en beneficio de los poblanos y repercutan en la economía local, sin manipular la verdad, precisamente.
Lo peor de la molesta o si usted quiere odiosa comparación entre el pasado marinista y el presente morenovallista, lo encontramos en que otra vez (con distintas características, claro) se repite aquel menosprecio a la prensa. Pero ahora ya no es una mujer ajena a Puebla, como la referida al inicio, quien por cierto y gracias a Mario Marín, adquirió fama y proyección nacional e internacional. No. Se trata de un periodista local (Rodolfo Ruiz) el que se enfrenta a reacciones por demás extrañas, entre ellas una que otra mención en su contra, misma que parece responder a directrices oficiales y por ende ajenas al periodismo ético.
Como lo dije en la pasada entrega, es probable que el gobernador poblano haya sido mal informado sobre los asuntos que competen a la relación prensa-gobierno. Puede ser. Si esto no tuviera esa razón, estaríamos de nuevo ante un fenómeno formado de resabios personales aderezados con el menosprecio oficial repercutido por los corifeos del Ejecutivo. Sin embargo, como suele ocurrir, lo curioso, paradójico, extraño y benéfico, es que todo ello abona la causa popular en que se ha convertido la defensa a la libertad de expresión, o el apoyo a los medios de comunicación que son los únicos aliados confiables del ciudadano que busca justicia y respeto. Despreciar la labor de la prensa equivale a desdeñar las causas del pueblo. Digo…