Por Alejandro C. Manjarrez
Estoy de acuerdo con la periodista y analista Gabriela Warkentin: nunca la muerte de algún empresario había causado el impacto emocional que provocó la desaparición física de Steve Jobs. La razón: su espíritu innovador y su genialidad que, combinados, produjo el carisma que cautivó a quienes conocieron su vida o lo trataron de cerca.
Lo curioso es que todos tenemos algo qué ver con ese talentoso hombre de negocios, ya sea porque, como es mi caso, nos permitió superar la brecha generacional gracias a sus computadoras amigables, o bien porque inventó el mundo virtual por el que transitan miles de millones de seres humanos guiados por la i. La i de la música, la i de las imágenes, la i de la inteligencia, la i de la innovación.
En fin, la historia de esta i no acabó con la muerte de Jobs. Creo que apenas ha iniciado y que habremos de observar cómo enriquecerá al mundo cibernético la cauda del genio en cuyos genes lleva la mística del mundo árabe.
Sirva pues esta reflexión para en su debida euritmia enmarcar el éxito de un profesionista que llegó a Puebla para quedarse y crear un nuevo proceso académico que innovó a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Hace casi cuatro años Enrique Agüera Ibáñez me dijo cuando lo entrevisté para la revista Réplica, que el hombre exitoso es el hombre feliz; que le dan pena aquellos que para conseguir algo vivían infelices, angustiados, en la paranoia, viendo fantasmas por todas partes y peleándose con todo el mundo. Guardé esas palabras en la memoria, en el archivo. Y el año pasado lo observé inquisitivamente con la intención de comprobar si era cierto lo que me había dicho.
Vaya que resistió la tentación de sentirse perseguido y ver en algunos morenovallistas al fantasma del resabio, la venganza, la revancha, el fundamentalismo.
Vaya que resistió la tentación de sentirse perseguido y ver en algunos morenovallistas al fantasma del resabio, la venganza, la revancha, el fundamentalismo.
Hubo investigaciones sobre su comportamiento en las cuales la mala leche fue la directriz. Y de ellas surgieron sendos reportajes que intentaron demeritar su trayectoria, e inclusive presentarlo como un hombre con muchos más defectos que virtudes. Pedro Plaza, por ejemplo –por citar a uno de ellos–, hoy importante funcionario del gobierno de Rafa, dedicó su espacio en las redes sociales a denostarlo, igual que lo hicieron otros miembros del equipo que entonces buscaba la gubernatura. Agüera era uno de los objetivos, quizás porque lo ligaron con Mario Marín Torres, su amigo y el universitario que correspondió con creces a su alma máter.
Una vez que ganaron la elección, alguien debe haberles dicho que la participación de la universidad pública poblana tendría que servir de equilibrio político debido a su influencia entre la sociedad. Por ventura lo entendieron quienes tenían que entenderlo, y cambió radicalmente aquella peregrina visión denostadora. Surgieron intermediarios o puentes de la calidad de Fernando Manzanilla Prieto, Luis Maldonado Venegas y Eukid Castañón. Y éstos lo acercaron al gobernador para construir lo que vimos el pasado 4 de octubre durante su informe anual: una nueva etapa de estabilidad y desarrollo científico, cultural, académico, técnico, humanista y, por qué no, también un nuevo ciclo político.
De ahí que hayamos presenciado cómo mejoró la apreciación de Moreno Valle y de qué manera el actual gobierno se convirtió en aliado de la Universidad. Hubo un cambio positivo porque cesó lo que en apariencia parecía que iba a convertirse en un grave problema político, igual o peor que los viejos conflictos cuyo desenlace fue la caída de tres gobernadores.
Después de hacer un informe pormenorizado de los avances de la Universidad, entre los que destaca la calificación internacional al comportamiento financiero, así como el impulso a los procesos culturales y científicos, Agüera dijo al gobernador Rafael Moreno Valle, que le reiteraba el compromiso de la BUAP para entender, junto con su gobierno, las grandes causas por el bien de Puebla. Y éste le reviró con una frase muy a su estilo, compromiso que ahí quedó, para la historia de la Benemérita:
“El gobierno del estado ha destinado para la BUAP, 350 millones de pesos, para concluir y realizar ambiciosos proyectos de la Universidad.”
Buen augurio. Sólo falta que la actitud del poder se manifieste en otras de las áreas sociales y políticas de la entidad.
Bueno, el caso es que Enrique Agüera Ibáñez –como él lo dijo en la entrevista citada–, igual que Bill Gates y Steve Jobs, se impuso la misión de encontrar la mina que le permitiera hacer de su rectorado un hito histórico. Y no es por la fortuna personal, que conste, algo que él logró (también me lo dijo y lo ha repetido en otras entrevistas) antes de llegar a la rectoría, sino por la oportunidad de innovar para concluir su gestión rodeado de amigos, los externos y los que como él han hecho de su profesión y de su actividad universitaria su forma de vida.
Twitter: @replicaalex