Por Alejandro C. Manjarrez
Puebla ha tenido y tiene funcionarios de todo tipo, desde el que piensa cómo hacer negocios con el cargo, hasta el que quiere conservar o ganarse la simpatía de los poblanos. Es parte del ejercicio del poder a veces invadido por personajes nada gratos para la función pública.
Tenemos así que hay burócratas que se dejaron o dejan llevar por las pasiones, las que sean, incluidas las sexuales en sus distintas manifestaciones. También hay delincuentes cuya actividad suele ser tolerada por diversas razones o componendas de carácter político. Y aunque en menor número, existen hombres y mujeres responsables cuya misión personal es servir a los gobernados, claro siempre y cuando se los permita su jefe, el que sea.
Abundaré en este último punto ya que entre los compromisos éticos y profesionales del periodista, está el reconocer a las personas que trabajaron apegándose a la integridad que obliga el formar parte de la función pública. Es el caso de Mario Riestra Venegas, un hombre reconocido y homenajeado el pasado martes en el Pleno del Congreso local, gracias a sus merecimientos personales y públicos.
Aclaro al lector que el criterio del columnista no es nuevo ni motivado por aquello que el pueblo define en uno de sus dichos: “Cásate para que se conozcan tus defectos. Muérete para que se sepan tus virtudes”. No. En varias de las columnas publicadas durante la década de los 90, escribí sobre el trabajo de Mario Riestra, a quien conocí por sus declaraciones y actividades oficiales. Primero como secretario de Economía de Manuel Bartlett, y después, cuando coincidimos en algunas actividades profesionales, como un amigo siempre dispuesto a informar e incluso participar en aquello que beneficiara a Puebla, ya sea en la recuperación de su historia o bien en el impulso de la cultura.
Alguna vez le endilgué el mote de “monagrillo” debido a que unió a su amigo, el arzobispo Rosendo Huesca, con su jefe, el entonces gobernador Manuel Bartlett. Intuyo que esa reunión produjo chispas con olor a incienso y azufre. Y que en ella Mario, Rosendo y Manuel pactaron lo que fue un acto casi político: la primera comunión de dos de sus hijos (hoy en el poder), ceremonia en la cual Bartlett fue padrino, Rosendo el sacerdote oficiante y, obvio, la Catedral de Puebla la sede.
La mención de monagrillo le cayó bien a Mario. Tanto así que se ofreció para organizar la presentación de mi libro Crónicas sin Censura, obra que agrupa alrededor de 500 columnas compiladas en dos tomos. Me impresionó su capacidad y nivel de convocatoria, hecho que dio lustre al acto que a priori pensé que sería igual de deslucido que las presentaciones de libros cuyo autor es un ilustre desconocido.
Aquella aventura se tradujo en una buena amistad con resultados tan sorpresivos como cuando me llamó por teléfono para invitarme a su casa: “Es una cena con intelectuales y el gobernador”, me dijo. Le respondí que como yo no tenía nada de intelectual me iba a sentir desubicado. Insistió y allá fui para sorprenderme de su calidad de anfitrión. Llegué solo porque se me había informado que en esa ocasión las esposas no estarían presentes.
Una vez en la casa de los Riestra vi que la invitación tenía su dosis de maña ya que el otro de los dos únicos “solteros” era José Doger Corte, a la sazón rector de la BUAP e invitado consuetudinario de mi columna. Me cayó el veinte al recordar el reclamo de Bartlett: “Oiga –me dijo en alguna ocasión–, qué le hizo Doger porque cada vez que puede le da de coscorrones en su columna”. Y entendí la intención que iba muy de acuerdo con otro de los comentarios de don Manuel: “Haré de la Universidad Autónoma de Puebla, una de las mejores de México, y su rector ya se adicionó a mi proyecto” (el Fénix).
En el gobierno de Melquiades Morales Flores vi a Mario sufrir con las grillas que abundaban gracias al carácter campechano del mandatario. Riestra resistió los embates sin perder la figura ni su amigable sonrisa. No obstante los desajustes y rivalidades dentro del gabinete melquiadista, ya como coordinador de asesores, Mario concluyó con más amigos que los que tenía al iniciar aquel sexenio. En ese tráfago de insidias y grillas se hizo amigo de Rafael Moreno Valle Rosas, su compañero de gabinete, amistad que perduró a pesar de las variables políticas que el lector conoce bien.
En otra de sus facetas, Riestra la hizo de mecenas de dos que tres historiadores (Ramón Sánchez Flores, uno de ellos), siempre interesado en rescatar la herencia de Puebla y ayudar a quienes tenían la misma intención. Fue, además, un apasionado de la vida de Juan de Palafox y Mendoza, precisamente. E hizo y recopiló trabajos sobre el hoy beato, escritos que algún día su familia o el gobierno tendrá que publicar.
Este es un breve y burdo trazo sobre la personalidad y talante de Mario Riestra Venegas, cuyas actitudes, si se vale la figura, quedaron plasmadas en los cientos de fotos donde apareció acompañado de sus amigos: él siempre sonriente, y ellos con expresiones de felicidad y satisfacción fraternales. Por eso lo definí en otra columna como “Riestra el fotogénico”. Y vaya que lo fue y así quedó en el álbum de imágenes que seguramente permanece en las mentes de sus amigos.
¡Vaya reto para su hijo, el diputado!
Twitter: @replicaalex